miércoles, 24 de agosto de 2011

Brillantes martillazos II: George Orwell

"La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresion a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos de Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que una vez la neolengua fuera adoptada de una vez por todas y olvidada la vieja lengua, cualquier pensamiento herético, es decir, un pensamiento divergente de los principios del Ingsoc, fuera literalmente impensable, o por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las palabras. Su vocabulario estaba contruído de tal modo que diera la expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás sentidos, así como la posibilidad de llegar a otros sentidos por métodos indirectos. Esto se conseguía inventado nuevas palabras y desvistiendo a las palabras restantes de cualquier significado secundario. Por ejemplo: la palabra libre existía en neolengua, pero sólo se podía utilizar en afirmaciones como <<este perro está libre de piojos>>, o "este prado está libre de malas hierbas". No se podía usar en su viejo sentido de <<políticamente libre>> o <<intelectualmente libre>>, ya que la libertad política e intelectual ya no existían como conceptos y por lo tanto necesariamente no tenían nombre. Aparte de la supresión de palabras definitivamente heréticas, la reducción del vocabulario por sí sola se consideraba como un objeto deseable, y no sobrevivía ninguna palabra de la que se pudiera prescindir. La finalidad de la neolengua no era la de aumentar, sino disminuir el area del pensamiento, objetivo que podía conseguirse reduciendo el número de palabras al mínimo indispensable".

George Orwell, Principios de neolengua, apéndice a 1984

miércoles, 17 de agosto de 2011

Tribus

La visión que tiene el hombre de hoy de los valores resulta a menudo ambivalente: Mientras en algunos casos los valores aparecen como impolutos y resistentes monolitos que, inquebrantables, resisten estoicamente el paso del tiempo y guían al hombre en la vida, en otros casos, encontramos una tibieza infantil e incluso una banalidad oportunista y cínica. Todo esto probablemente sea parte de la onda expansiva de la dura e incendiaria crítica que la puritana sociedad victoriana aguantó en sus últimos días. Otro elemento de esta crítica no son los propios valores de entonces, nacidos de la lenta destilación de productos platónicos y cristianos, sino la propia existencia de Dios y el vinculo de éste con aquéllos. Evidentemente, la falta de un Dios que sustente una forma de vida por medio de mandatos sagrados tiene también mucho que ver en la desfiguración de los valores y la dificultad para dilucidar su sentido. En la actualidad los valores carecen, muy afortunadamente, del aval divino para su subsistencia. Sin embargo, el precio a pagar es la abundancia de valores-pose, falsos valores y valores falsados que terminan estirándose cual chicles, llegando a estar en boca de personajes de lo más dispares. La integración y el multiculturalismo, nacidos en la política de finales del siglo XX adolecen de estos y otros problemas.
Preguntémonos seriamente qué queremos decir con integración. Si el emigrante compra en el mismo supermercado que nosotros, consume cine made in hollywood, sale los fines de semana a ahogar sus penas en alcohol, usa un smartphone y piensa lo mismo que cualquiera no hay que hablar de integración. En todo caso, a lo mejor de un acento horrible para toda la vida, pero nada más. Si ocurre que no viste igual, que piensa algunas cosas distintas (y supongamos que algunas razonablemente reprobables) y compra en sus propios mercados, claramente hablamos de un caso susceptible de integración. Además, en este caso el acento puede ser además de feo, delator.

La integración aparece en algunos casos como una manera tabú de decir asimilación, eliminación de lo otro. En este marco la integración, nacida como un subproducto de la tolerancia, deviene conflicto. ¿Por que? Sencillamente, porque en ciertos lugares la consigna en un primer momento es: “somos tolerantes, acérquense ustedes”, hasta que llega un momento en el que los valores se estiran y la consigna cambia a esta: “Os vamos a tolerar pero tenéis que integraros”. Si la tolerancia es la capacidad que tiene una sociedad para acoger en sus seno grupos de personas cuyas creencias son distintas o manifiestamente contrarias a las del lugar de acogida ¿tiene sentido hablar de tolerancia y de integración a la vez?
Es cierto que donde hay creencias contrarias suele haber conflicto y que el origen del conflicto es el choque de distintas concepciones del mundo. Recordemos la raíz del término tolerancia y pensemos que la convivencia de cristianos católicos romanos y cristianos protestantes en tiempos de guerras de religión fue el principal móvil para su alumbramiento. Entonces era necesario evitar la violencia y generar un clima de sana convivencia, por lo que se buscó que la tolerancia tuviera un hueco en el seno de las nuevas sociedades modernas. La tolerancia fue calando porque aunque hubiera discrepancias, el fondo de cristianos católicos y cristianos protestantes era el mismo. Así, resultaba fácil tolerar las diferencias. Hoy día el clima es mucho más complicado y diverso y el debate gira en torno a la pregunta de si nuestra tolerancia debe ser permisiva con determinadas conductas nacidas dentro de grupos (y en su mayor parte dentro de un cierto credo religioso), que pueden vulnerar derechos positivos reconocidos. Me inclino a pensar que es difícil pensar una integración sin conflicto y sin anulación cultural si hay importantes discrepancias. Pero en cualquier caso mi intención no es bucear por aquí (al menos ahora), sino lanzar alguna sombra en torno a cómo aumenta la presión en favor de una mayor integración contra determinados colectivos. Estas presiones las podemos ver cuando la canciller alemana se expresaba en Octubre de 2010 demandando a los inmigrantes un mayor esfuerzo por integrarse. La cuestión no es si la exigencia está o no justificada o si es necesaria una reformulación del multiculturalismo, porque lo que ocurre es que (otra vez) se pasa de largo del debate, ya que estas palabras son solo la antesala de algo más sórdido y oportunista en el contexto de las actuales vicisitudes económicas: “A principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: 'No se van a quedar, en algún momento se irán'. Pero esto no es así”. Para Merkel no parece el momento de abrir un debate en la sociedad alemana, sino más bien el momento de un estiramiento de valores mientras exige con más ahínco una integración más activa en un momento en el que el 55% de la población alemana considera a los musulmanes una carga para la economía mientras que un 30% se considera “invadido”. El ejemplo es alemán porque las cartas parecen haber quedado al descubierto, pero apuesto a que el lector atento y desafortunado ya ha pensado en su país, en su barrio e incluso en su casa.

lunes, 8 de agosto de 2011

140

Lo sagrado en nuestro tiempo ha dejado las iglesias. Esta ha sido desplazada del mundo inmaterial de los cielos, los ángeles y los dones divinos, al universo tangible de los bienes materiales. Y aunque resulte cierto que aun exista una conexión entre lo sacro y una cierta región de valores, la tendencia es otra, en la cual es posible ver un culto creciente e ineludible a los frutos materiales. El desplazamiento, fruto en su mayor parte de los cambios a nivel ideológico que se fueron fraguando al hilo de la revolución francesa y que acabaron en el “desencantamiento del mundo” que señaló Max Weber, es para muchos, con independencia de su tendencia política o idiosincrasia, un cierto despertar que ata al hombre a la tierra y le aleja de felicitantes relatos de vidas futuras, para acercarlo a la vida presente, a la vida de las cosas. Pues bien, nos acabamos encontrado que esta doctrina se ha convertido ella misma en sagrada, y como tantas otras, lo que acaba haciendo es reforzar la envoltura y el tejido de nuestros productos culturales, dándoles la consistencia necesaria para perpetuarse. Parece se ha fraguado una fractura en el mundo de las ideas en la cual un concepto de origen mítico (y supuestamente irracional) como es el concepto de sagrado, abandona su medio natural y se asocia con el concepto de progreso, entendido como el mundo de la persecución de la felicidad por medio de un creciente progreso material. Estamos lejos de decir que dicha doctrina sea falsa sin más. Ahora bien, sin ser falsa no necesariamente debe constituir el summum bonum. Es más, el problema es posiblemente este: mientras alguna de nuestras creencias tenga ese carácter sacro, como puede ser la creencia ciega en Dios (o en el progreso, dicho sea incidentalmente), ella misma puede constituir nuestra propia cárcel. En la medida en que algo tiene el carácter de sacro, planea cerca el buitre que perseguirá todo lo que huela a herejía, todo lo que tenga un aire a “ lo otro”. Ese buitre no dejará ni los huesos de lo heterodoxo. Y ese buitre podemos ser todos.

Platón tuvo que lidiar con creencias sacras en su tiempo. Para ello, se valió de toda su fama e ingenio para realizar una suerte de protofeminismo en la androcéntrica y misógina sociedad griega. De no haber sido uno de los mejores retóricos de la historia y de no haber tenido la fama que tuvo, no me cabe duda que de las doctrinas de Platón al respecto no hubieran sobrevivido. Creo encontrarme en una situación parecida al referirme a internet y a sus productos, con el serio handicap de no tener ni una milmillonésima parte tanto de su fama como de su elegancia al escribir.

Los cambios sociopolíticos y materiales propiciaron un giro radical en la vida de las gentes y en sus formas de pensar, que explican el cambio en la forma de pensar lo sagrado. Lo sagrado se separó de las iglesias y vino a reforzar las nuevas doctrinas del cambio. En el siglo XXI, nada resultó tan revolucionario como la difusión a escala global de la tecnología que hace posible internet. Las virtudes de la red de redes son conocidas por todos. Los cambios que ella provoca se dejan notar, pero muchos (sobretodo que resultan incómodos) resultan complicados de ver. En esto su carácter sacro juega (no por casualidad) un importante papel. Que nadie me confunda prematuramente con un cínico: considero que en este caso el carácter sacro no llega caído del cielo, sino que es fruto de las ventajas que aporta. Ahora bien, como se ha dicho, lo sacro puede devenir en una trampa en la medida en que invalida toda crítica.

La violación de la intimidad es un tema oído hasta el hartazgo, y ese es uno de los cambios incómodos más visibles que trae Internet. Aun así, resulta paradójico cómo encontramos por un lado, el celo en la cuestión de la privacidad, mientras que por otro podría decirse que abrimos la veda en determinados momentos, llenos de fuertes tendencias gregarias. Me veo obligado a decir eso de: Domingo misa y lunes putas. Pero no es esta la clase de contradicción o incomodidad que persigo aquí. Al principio, Internet apareció como una herramienta para la comunicación y la información. Los libros de texto están plagados de simplezas de este tipo. Ahora bien, La pregunta que nadie parece hacerse en los libros es ¿qué tipo de comunicación? Asomarse por primera vez a Internet parece un cuento de hadas (y en cierta medida, afortunadamente a veces sigue siéndolo). La cantidad de información a la que es posible acceder no figuraba ni en los mejores sueños de los más optimistas intelectuales del pasado. Sin embargo, lo que ahora parece ser visto sólo por unos pocos intelectuales del presente se refiere a cómo la información sufre una tendencia doble que puede resultar antinómica. En primer lugar, la información se fragmenta y encapsula hasta el infinito. Prácticamente todo se puede encontrar, pero casi todo se reduce a flashes. El discurso (si es posible llamarlo así) hay que buscarlo con paciencia, porque el otro drama junto al de la ultrafragmentación es el del exceso. La cantidad de información es tal que parece uno encontrarse en un escaparate a rebosar en el que no es capaz de decidirse por nada. Y por si fuera poco, el escaparate no solo está a rebosar, sino que nada, absolutamente nada permanece ahí el suficiente tiempo como para convertirlo en aprovechable. La mutabilidad, la saturación y el flasheo son tales que la información deviene confusión. Al mismo tiempo, Internet ha hecho posible una democratización radical de la comunicación y la información. Todos pueden decir y todos dicen, sin ningún tipo de criterio ni mérito que medie. Se da una libertad de expresión “al por mayor” que, unida a la fragmentación, convierte la unidad básica de transmisión de información en unas pocas líneas o palabras, que terminan por convertir el discurso en un arcaico vestigio del pasado. El paso a unidades de comunicación cada vez más parcas es una realidad y da buena cuenta de lo que Internet puede esconder. Esto puede verse en el paso a mejor vida del software de conversación en tiempo real, dejando sitio a una nueva manera de “conversar” que termina por colmar la red de banalidades y acicalados recíprocos. En este ambiente, los términos “discurso”, “relación interpersonal” y “amigo” están sufriendo desagradables agravios.

Llegados a este punto, no nos preguntaremos qué hace cada uno con internet, sino qué hace internet con cada uno.



lunes, 1 de agosto de 2011

Brillantes consideraciones I: Platón

"Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse con repetidas experiencias, y vio siempre que se hacía invisible cuando ponía la piedra por el lado interior, y visible cuando la colocaba por la parte de fuera. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega a palacio, corrompe a la reina, y con su auxilio se deshace del rey y se apodera del trono. Ahora bien; si existiesen dos anillos de esta especie, y se diesen uno a un hombre de bien y otro a uno malo, no se encontraría carácter bastante firme para perseverar en la justicia y para abstenerse de tocar los bienes ajenos, cuando impunemente podría arrancar de la plaza pública todo lo que quisiera, entrar en las casas, abusar de toda clase de personas, matar a unos, libertar de las cadenas a otro, y hacer todo lo que quisiera con un poder igual a los dioses. No haría más que seguir con este ejemplo del hombre malo; ambos tenderían al mismo fin, y nada probaría mejor que ninguno es justo por voluntad, sino por necesidad, y que serlo no es un bien en sí, puesto que el hombre se hace injusto tan pronto como cree poderlo ser sin temor. Y así, los partidarios de la injusticia concluirán de aquí, que todo hombre cree en el fondo de su alma, y con razón, que es más ventajosa la injusticia; de suerte que, si alguno, habiendo recibido un poder semejante, no quisiese hacer daño a nadie, ni tocara los bienes de otro, se le miraría como al más desgraciado y el más insensato de todos los hombres. Sin embargo, todos harían en público elogio de su virtud, pero con intención de engañarse mutuamente y por el temor de experimentar ellos mismos injusticias".

Platón, Libro II de La República, S.IV a.C.