miércoles, 17 de agosto de 2011

Tribus

La visión que tiene el hombre de hoy de los valores resulta a menudo ambivalente: Mientras en algunos casos los valores aparecen como impolutos y resistentes monolitos que, inquebrantables, resisten estoicamente el paso del tiempo y guían al hombre en la vida, en otros casos, encontramos una tibieza infantil e incluso una banalidad oportunista y cínica. Todo esto probablemente sea parte de la onda expansiva de la dura e incendiaria crítica que la puritana sociedad victoriana aguantó en sus últimos días. Otro elemento de esta crítica no son los propios valores de entonces, nacidos de la lenta destilación de productos platónicos y cristianos, sino la propia existencia de Dios y el vinculo de éste con aquéllos. Evidentemente, la falta de un Dios que sustente una forma de vida por medio de mandatos sagrados tiene también mucho que ver en la desfiguración de los valores y la dificultad para dilucidar su sentido. En la actualidad los valores carecen, muy afortunadamente, del aval divino para su subsistencia. Sin embargo, el precio a pagar es la abundancia de valores-pose, falsos valores y valores falsados que terminan estirándose cual chicles, llegando a estar en boca de personajes de lo más dispares. La integración y el multiculturalismo, nacidos en la política de finales del siglo XX adolecen de estos y otros problemas.
Preguntémonos seriamente qué queremos decir con integración. Si el emigrante compra en el mismo supermercado que nosotros, consume cine made in hollywood, sale los fines de semana a ahogar sus penas en alcohol, usa un smartphone y piensa lo mismo que cualquiera no hay que hablar de integración. En todo caso, a lo mejor de un acento horrible para toda la vida, pero nada más. Si ocurre que no viste igual, que piensa algunas cosas distintas (y supongamos que algunas razonablemente reprobables) y compra en sus propios mercados, claramente hablamos de un caso susceptible de integración. Además, en este caso el acento puede ser además de feo, delator.

La integración aparece en algunos casos como una manera tabú de decir asimilación, eliminación de lo otro. En este marco la integración, nacida como un subproducto de la tolerancia, deviene conflicto. ¿Por que? Sencillamente, porque en ciertos lugares la consigna en un primer momento es: “somos tolerantes, acérquense ustedes”, hasta que llega un momento en el que los valores se estiran y la consigna cambia a esta: “Os vamos a tolerar pero tenéis que integraros”. Si la tolerancia es la capacidad que tiene una sociedad para acoger en sus seno grupos de personas cuyas creencias son distintas o manifiestamente contrarias a las del lugar de acogida ¿tiene sentido hablar de tolerancia y de integración a la vez?
Es cierto que donde hay creencias contrarias suele haber conflicto y que el origen del conflicto es el choque de distintas concepciones del mundo. Recordemos la raíz del término tolerancia y pensemos que la convivencia de cristianos católicos romanos y cristianos protestantes en tiempos de guerras de religión fue el principal móvil para su alumbramiento. Entonces era necesario evitar la violencia y generar un clima de sana convivencia, por lo que se buscó que la tolerancia tuviera un hueco en el seno de las nuevas sociedades modernas. La tolerancia fue calando porque aunque hubiera discrepancias, el fondo de cristianos católicos y cristianos protestantes era el mismo. Así, resultaba fácil tolerar las diferencias. Hoy día el clima es mucho más complicado y diverso y el debate gira en torno a la pregunta de si nuestra tolerancia debe ser permisiva con determinadas conductas nacidas dentro de grupos (y en su mayor parte dentro de un cierto credo religioso), que pueden vulnerar derechos positivos reconocidos. Me inclino a pensar que es difícil pensar una integración sin conflicto y sin anulación cultural si hay importantes discrepancias. Pero en cualquier caso mi intención no es bucear por aquí (al menos ahora), sino lanzar alguna sombra en torno a cómo aumenta la presión en favor de una mayor integración contra determinados colectivos. Estas presiones las podemos ver cuando la canciller alemana se expresaba en Octubre de 2010 demandando a los inmigrantes un mayor esfuerzo por integrarse. La cuestión no es si la exigencia está o no justificada o si es necesaria una reformulación del multiculturalismo, porque lo que ocurre es que (otra vez) se pasa de largo del debate, ya que estas palabras son solo la antesala de algo más sórdido y oportunista en el contexto de las actuales vicisitudes económicas: “A principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: 'No se van a quedar, en algún momento se irán'. Pero esto no es así”. Para Merkel no parece el momento de abrir un debate en la sociedad alemana, sino más bien el momento de un estiramiento de valores mientras exige con más ahínco una integración más activa en un momento en el que el 55% de la población alemana considera a los musulmanes una carga para la economía mientras que un 30% se considera “invadido”. El ejemplo es alemán porque las cartas parecen haber quedado al descubierto, pero apuesto a que el lector atento y desafortunado ya ha pensado en su país, en su barrio e incluso en su casa.

2 comentarios:

  1. Muy bonito. En realidad habría que replantear qué es lo que se quiere integrar, porque tampoco soy partidaria de que ocurra lo contrario: que se creen guetos o lo que ahora serían el barrio chino, o el barrio turco en el caso de Alemania. De nuevo en las mismas: replantear conceptos. ¿Qué queremos decir por integración? (Qué queremos tú y yo, porque qué es lo que parece que quiere la realidad o la política actual ya lo has explicado ahí).

    Probablemente ya conozcas algo, pero igual te gusta ver alguna película de Fatih Akın, es un director turco-alemán muy bueno y divertido (para nada pseudointelectual), y por supuesto refleja la realidad de los "deukisch" (deutsch + turkisch).


    :) :*


    Laura

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  2. Yo, aunque sucintamente, me he expresado mi parecer en torno a la integración: " Me inclino a pensar que es difícil pensar una integración sin conflicto y sin anulación cultural si hay importantes discrepancias". Pienso sinceramente que la integración se suele pensar como un sinónimo de asimilación, de anulación. Considero además, que es muy complicado articular una convicencia si hay distintos modelos de persona, por lo que a veces me muestro realmente escéptico en torno al multiculturalismo. De todas formas, mi idea es que convivimos con una especie de multiculturalismo ingenuo, que pasa por alto la posibilidad de una "inconmensurabilidad cultural". Poder pensar el multiculturalismo sorteando esto ya me parece bastante. Desafortunadamente, es posible que se lleguen a posiciones más conservadoras a partir de ahi. ¿Tu qué piensas?

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