viernes, 24 de febrero de 2012

Brillantes martillazos V: Ray Bradbury

"Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuanto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos "hechos" que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a la información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como la Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se llega a la melancolía... Bueno Montag, puedes creerme. He tenido que leer algunos libros en mi juventud, para saber de que trataban. Y los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o creerse".

Ray Bradbury. Fahrenheit 451, 1953

viernes, 17 de febrero de 2012

La piedra de esmeril se calienta

A estas alturas de la película, mucho tiempo después de las elecciones, los ciudadanos ya pueden estar bien seguros de la dirección que toman las cosas en los asuntos que entonces quedaban oscuros. Aunque siendo sincero, pienso que ya se decían sin decir muchas cosas que hoy vienen a confirmarse. Pero este no es el tema, pues hay algunas cuestiones que aún quedan envueltas en la sombra y la incertidumbre. Voy echar mano de Hobbes para ilustrar uno de los problemas que atenaza con fuerza el curso de la actualidad en nuestro país. Violencia y Estado.

El leviatán era la forma en que el estadista Thomas Hobbes se figuraba al Estado: un enorme monstruo constituido sobre la base de un pacto entre todos que poseía poder absoluto. Posiblemente pensó en un monstruo mitológico para inspirar la idea del poder casi ilimitado de lo sobrenatural e imaginó al gobernante electo como el cerebro de dicho monstruo. La idea fundamental es que para protegernos del poder y la ambición que cada uno de nosotros llevamos dentro, las gentes se comprometen a dejar de lado cualquier género de violencia a nivel particular para entregar todo derecho de hacer uso de la violencia para reparar cualquier desmadre en manos del gobernante. El gobernante pues, tiene carta blanca para encauzar las cosas. Toda su legitimidad reside en el pacto de los ciudadanos que han decidido que él sea el que justa y sabiamente, en conformidad con lo pactado (la ley), reparta las cargas y los castigos. Ha llovido bastante desde Hobbes y obviamente, esta forma absolutista de entender y hacer justicia ha quedado algo atrás. Sabemos de sobra que cualquier violencia debe tener una sólida base para ser justificable y que no hay lugar para la arbitrariedad en la acción del Estado. En este sentido, hay algunos puntos que pueden ilustrar cómo los gobiernos autoritarios, caracterizados por una enorme desconexión ente el nivel sistémico-administrativo y la propia sociedad civil suelen tener problemas para impartir justicia, responsabilidades y sanciones y cuáles son los problemas que se derivan de esto en la teoría de Hobbes. Cuando la sociedad se haya desconectada del aparato que pretende ser algo creado para protegerle, el leviatán ya no es un monstruo al que respetar porque ya no nos asegura tranquilidad, sino miedo. La vieja URSS, la Alemania nazi, los regímenes autoritarios de la España de Franco y de la Italia de Mussolini acabaron destilando en algún punto de su historia algún episodio que pone de manifiesto cómo el Estado no puede llevar a cabo lo que Max Weber llamó “monopolio de la violencia legítima” por mucho que la ley lo contemple y las circunstancias parezcan requerirlo. Como bien sabemos, el poder absoluto llega a resultar insostenible cuando la acción del leviatán genera miedo, puesto que la posibilidad de que ese miedo se transforme en ira que termine por destruir al propio leviatán es muy alta. Por su propia naturaleza, el poder absoluto llega a ser autodestructor. En vista de evitar la muerte del leviatán y lo que Hobbes llamó "la guerra de todos contra todos", los leviatanes de hoy son mucho menos autoritarios y bastante más dinámicos, inclusivos y participativos.

Con todo, puesto que estas teorías se hayan en la base de los estados nacionales (cuya esencia perdura hoy a pesar de todo cambio), a veces se ve entre las ranuras de las modernas constituciones y formas que adopta la administración algunos de los viejos problemas que creíamos haber solucionado con nuestros regímenes democráticos. El problema de la desconexión entre la sociedad y la clase política no se va esfumar jamás, aunque unas elecciones cada cuatro años y una oferta política que presume ser plural y abierta lo pretendan. En todo caso, esa desconexión va a ser mitigada y a hacerse soportable. Hoy, esta cuestión se agrava notablemente cuando nos encontramos en un contexto global en el que la acción del leviatán se reduce al baile internacional. El ciudadano pierde fe en su leviatán, que se haya mermado a la vez que desconfía de las influencias externas. Ambas cosas, tanto la pérdida de fe en la capacidad del Estado como la desconfianza de la influencia que ejerce el contexto internacional son fuente de incertidumbre, desconfianza y miedo. El cóctel es bastante delicado y se torna volátil en los actuales avatares socio-económicos: una marea de datos incomprensibles que finalmente dejan al ciudadano en la calle, sin mucho futuro y con nulas perspectivas de bienestar social. A punto de que nos estalle en la cara, a las puertas de una huelga general, el problema de la violencia en el seno del Estado se nos viene encima.

Algunos, recordando a Hobbes, entienden que la mayoría absoluta puede resultar cómoda, pero sabemos que llevar a cabo una política de rumbo fijo puede resultar sangrante para los dueños del poder. En el caso de Grecia, el poder es mucho menos estable y sin embargo, la violencia y el caos que se adueñan de las calles me llena de estupor. Aquí ya hemos visto algún amago de lo que parecen ser maniobras de calentamiento por parte de las fuerzas del orden. De hecho, hoy he visto en la prensa a una chica de no más de 14 años siendo zarandeada por un policía en mitad de una protesta en contra de los recortes en educación del Consell y por la situación de absoluta ruina de la hacienda valenciana. Si hay un serio problema de desconexión entre la sociedad civil y la política, si tenemos un serio problema de credibilidad de cara a nuestras instituciones se deben aspirar a mayores cotas de permeabilidad social y pedagogía política. Si esto no es posible, dentro de la enorme incertidumbre que se vive, es posible que la calle, con razón o si ella, se incendie llegando a plantear el dilema del uso de la violencia, con el consiguiente efecto autodestructor y trágico que puede tener ¿Qué clase de estabilidad se puede generar si el poco poder que ahora ostenta el leviatán lo usa sacando las garras contra sus valedores? Pero ¿qué hacer si se prende la mecha y se produce la ignición de la calle?

viernes, 10 de febrero de 2012

Ídolos

imagen de Enciclopedia universal clismón. Editada por Random House Mondadori.

Tenemos multitud de maneras se saciar nuestros apetitos. Encontramos cada vez una menor restricción a la hora de llevar a término nuestros placeres. El mandato que nos impele a gozar es poderoso. Curiosamente, casa con una relativa facilidad para llevarlos a cabo: descargas digitales, mayor cantidad de horas de ocio, condones, juguetes de todo género y uso, salas de concierto, bares, comida grasienta, sexo sin compromiso, videojuegos educativos, cine porno, violencia gratuita...etc. Una maquinaria engrasada al servicio del placer, tal y como pronosticaba el filósofo inglés Bertrand Russell. Hoy día, si existe un número significativo de personas que desea pagar por algo y puede permitírselo, habrá interés en producirlo y acabará sobre la mesa. En el caso de que lo que se desea sea ilegal o ande al límite de lo socialmente aceptable, estará debajo, pero estará igualmente. Lo que me fascina, a pesar de la variedad de modos de consumir placer que encontramos alrededor, es que nunca parecemos saciados. ¿Es posible que haya un cierto tedio a nivel social? En este sentido, Bertrand Russell se atrevió a pronosticar una sociedad lo suficientemente anclada en el hedonismo y tan saciada que incluso algunos individuos tendrían poco o nulo aliciente vital. Habría tal nivel de saciedad y aburrimiento en algunos individuos que la vida les podría acabar resultando verdaderamente insoportable: sufrirían de tedio-angustia. Es posible que tal y como andan las cosas, la realidad actual no se ajuste del todo a las palabras de nuestro entrañable abuelito fumón, pero eso no significa que en algunos detalles diera en el clavo y que en otros, acertara tangencialmente, sin darse cuenta.

En las últimas décadas la sociedad parece haberse movido por una lenta pero inexorable inercia adormecedora. Como prueba, basta mirar cómo los viejos agentes sociales, sindicatos y movimientos ciudadanos, iban perdiendo fuelle al tiempo que los partidos políticos iban amansando su discurso poco a poco e iban alternándose en el poder sin demasiados cambios sustanciales. Podría decirse que el ciudadano se ha movido por un lado maquinalmente, o mejor, arrastrado por el magma del estado-providencia, de tormentas políticas (reales o imaginarias), desastres ambientales y humanitarios. Siempre poco a poco. Es cierto que en gracias a internet y a los grandes medios de comunicación casi no ha habido límites en la autocreación, para la la búsqueda del león y el niño que llevamos dentro. Sin embargo, hay algunos aspectos que me hacen sospechar que a pesar de la multitud de medios para gustar, gustarse y crearse a uno mismo, lo único que hay es el "sujeto 2.0". Aparte de la apatía, característica fundamental tal sujeto, encontramos una alarmante impasibilidad ante el regreso de ideas y actitudes que se creían superadas (ultraderecha, tribalismo, marxismos radicales y en general, gregarismo acrítico), además de una inmensa facilidad para dar el visto bueno a todo esto sin percibir un horrible tufo a podrido.

En este contexto, el líder “carismático” y vociferón, los aplausos vacíos y los tópicos políticos no se han ido, sino que adoptan nuevas formas espoleados por nuevos medios de comunicación e información. Resulta llamativo el caso de los defensores de la libertad, los llamados Anonymous. En un curioso juego de magia social, la masa internauta ha transformado en ídolos a sujetos indeterminados y sin rostro, supuestamente alejados de la clase política pero con un discurso que guarda enormes parecidos con el de buena parte de las ideologías de nuestro tiempo: demagogia sin límites, enorme incapacidad (o escaso interés) en la pedagogía social y grandes cotas de poder y manipulación. Veamos.

La forma de usar los conceptos "libertad", "acciones pacíficas", "cultura" y "derecho" por parte del grupo roza la sátira. Sátira política cuando se repiten eslóganes maquinalmente y la masa asiente., llaman la atención dos casos tristes en lo que respecta al uso del concepto libertad. El primero tiene que ver con el boicot a la página de la Fundación Primo de Rivera. Que conste: no me gusta ni la fundación ni el personaje. Lo que ocurre en este caso es preocupante, pues sencillamente se está exportando el modo de actuar de un partido con brazo armado al universo virtual: ataque directo al grupo cuyo discurso es contrario al propio, no al propio discurso cotrario. Al hablar de la figura de Primo de Rivera desde la posición que cada cual estime justa nos movemos dentro una sociedad libre. Pero eliminar una lectura, por alejarse de la propia, es de dudosa compatibilidad con la libertad que Anonymous predica. El segundo caso tiene que ver con la publicación de información y datos privados de personas afines a la infame ley Sinde, pero también de detractores de la piratería. Y todo esto sin ningún tipo de discriminación entre ellos. En el supuesto caso de que la publicación de datos (no quiero pensar para qué) de personas afines a Sinde pueda ser leído como un alegato en pro de la libertad, me niego a aceptar que eso sea así para gente que simplemente opina que la piratería no es de su agrado e interés. Se repite el mismo caso que en el sabotaje de la web de la fundación: “no piensan igual, pues al ataque”. Curiosamente, tienen la costumbre de invocar la libertad de expresión y de denunciar la censura. Lo cierto es que hablando de censura y teniendo en cuenta que esta tiene su máxima expresión en la eliminación sistemática de información por el fondo y que esta eliminación suele aparejar el castigo y el linchamiento social de determinadas opiniones, me cuesta bastante no seguir considerando a este grupo una suerte de poderosa microideología con un peculiar sentido del pacifismo. Digo  microideología y no ideología en tanto producto que posiblemente se extinga como vino, para ser sustituido por otra forma de conducción del imaginario colectivo, igualmente efímera y fugaz, como buena parte de los productos de nuestro tiempo. Mientras tanto, puede aprovechar para hacer al poco crítico y aburrido sujeto 2.0 partícipe de epopeyas colectivas sin salir de casa. Sí señor, todo un mérito.