domingo, 29 de julio de 2012

γνῶθι σαυτόν (II): la teoría clásica

"On", Javier Moreno

Solemos entender que el autoconocimiento requiere un autoescritinio, una especie de "mirar adentro" que de alguna manera difícil de desentrañar, es algo exclusivo del sujeto y su intimidad. Anteriormente hablábamos del fenómeno de la autoridad de la primera persona: el hecho, tremendamente enigmático, de ser uno mismo la mayor autoridad para hablar de sus sensaciones y sentimientos. El enigma estriba una cuestión que comentábamos en la anterior entrada. La pregunta era cómo es posible esa autoridad cuando a veces parece que otros pueden hablar con autoridad sobre nuestros sentimientos y emociones y, podríamos aventurar que al menos en un momento muy particular saben más de uno que nosotros mismos. Por ello, es precisamente la explicación de cómo es posible tal autoridad y cómo funciona esa autoridad para determinar que la autoridad de la primera persona es lo suficientemente fiable como para que la cuestión del autoconocimiento sea fundamentalmente una cuestión entre el sujeto y el mismo.

La teoría dominante y más extendida para entender y explicar la autoridad de la primera persona la denominaremos teoría clásica. En mayor o menor medida, es la teoría que domina tanto al nivel de la cultura general como en la filosofía, ha sido la que ha tenido mayor pervivencia en el tiempo. La formulación más específica se destiló a principios del siglo XX, de la mano de la filosofía analítica de B. Russell. La teoría clásica se basa en una intuición básica, que entiende que el sujeto sabe qué es lo que siente y lo que desea porque de alguna manera, uno puede "ver" dentro. El autoescrutinio es una suerte de detección mediante una especie de "ojo interno" que es capaz de "mirar" sentimientos, emociones y deseos. A esto D. Finkelstein lo llama "detectivismo" porque en cierto modo, uno detecta lo que siente y se comporta cual detective interno, detectando evidencias dentro de el. La teoría es enormemente intuitiva, elegante y diríase que fácil. En un ejemplo sencillo, se nos antoja como una teoría muy satisfactoria. Supongamos que ando en un restaurante con un amigo y llega el momento de pedir qué vamos a tomar. Cuando llega mi turno, soy yo la autoridad para saber qué es lo que deseo porque solo yo tengo acceso a mis deseos, al ser solo yo el que tiene el ojo interno capaz de ver en mi interior cual es la manera de aplacar mi hambre que más me apetece. Desde la posición de la teoría clásica, mi conciencia sería algo así como un recinto estanco en el que tendría una serie de bombillitas que representan distintos estados mentales y que sólo yo estaría en disposición de observar para saber como me encuentro, puesto que solo yo tengo acceso a ese recinto estanco. Averiguar que deseo un bistec con vino no seria más que observar dentro de mi y darme cuenta que son las bombillas de "bistec" y de "vino" las que se encuentran encendidas. Las bombillas se apagarían en el momento en el que la agitación interna que provocan esas sensaciones fueran saciadas. De hecho, el paradigma puede explicar por qué no me quedo saciado aduciendo que lo que ha ocurrido es que no conocía bien mis deseos, es decir, no me conocía bien, no he hecho una buena detección y lo que en realidad quería no era eso, sino otra cosa, que no he sido capaz de detectar. Ahora bien, el principal problema del paradigma estriba en la imagen que realiza de la conciencia, que es precisamente la base de su formulación. En esta concepción la conciencia es una especie de "caja" a la que solo yo tengo acceso y a la que tengo que "mirar", lo que no es sino una imagen cartesiana de la mente que tiene un problema muy importante: la fractura en dos de la conciencia (e incluso, ad infinitum). Descartes veía una especie de yo dentro cada uno, mirando en una pantalla las ideas que desde fuera se imprimían en un proyector.

La fractura de la conciencia que mencionamos, enunciada teóricamente, puede no ilustrar bien el problema, pero en un ejemplo es muy posible entenderla mejor, a la vez que afinamos algo más en la cuestión de la mente cartesiana. Resulta que tras muchas charlas con el, mi compañero en el restaurante (un gran psicoanalista), me dice que en realidad la noche que cenamos yo no quería un bistec, sino algún plato verde, como alcachofas, espárragos o pimientos. Me dice que inconscientemente albergo un sentimiento de culpa por el sufrimiento de los animales que reprimo, pero como da un aire de distinción combinar un buen bistec de ternera argentina con un buen vino, termino haciendo esto último, aunque inconscientemente no lo deseo. El problema no es que yo no haya sido capaz de detectar ese pensamiento insconsciente. Prueba de ello es que el detectivista me dirá que no he sido capaz de "ver"correctamente y que una vez atados todos los cabos yo soy capaz de entender que aquélla noche no detecté bien. Si lo hubiera hecho, es posible que ese deseo insconsciente quedara al descubierto. Pero el problema no se encuentra ahí. Esto sólo sirve para abrir el auténtico problema de esta posición, a saber: la forma de relacionarme conmigo mismo. Mi amigo me puede decir que albergo ese sentimiento y que yo no quería comer carne. Ahora bien, la clave de esto es que saber eso solo me hace consciente de ese sentimiento. Yo solo sé que de manera insconsciente yo no deseo comer carne ¿pero acaba todo con esto? Desde un punto de vista superficial, sí: yo no sabía que no quería el bistec porque no me escruté correctamente ¿Pero realmente la relación con uno mismo es así de distante y fría? La noción de inconsciente hace más difícil la teoría clásica, pero el problema aparece porque hay otra manera de relacionarse con los deseos inconscientes, que nos aparece cuando decimos que en vez de ser consciente de ese deseo (al ser descubierto por mi amigo, o por mi mismo en las profundidades de mi inconsciente), decimos que conscientemente tengo ese deseo. La diferencia no es trivial. La primera (consciente de) que tiene que ver con el saber, y la segunda manera (conscientemente) con el vivir. La primera es fría, distante y creo que necesaria para la segunda, pero la segunda es la fundamental en la crítica.. Es posible que la teoría clásica se atribuya todavía el mérito de ser capaz de decir que explica la autoridad de la primera persona, pero lo hace de una manera muy precaria porque la noción de "detección" está epistemológicamente muy cargada. La idea de un ojo interno le hace anclarse en que lo único que puede hacer el sujeto es "ver" que es consciente de o incosciente de p, lo que hace que la relación con nosotros mismos sea distante, carente de intimidad. Nuestros sentimientos no sólo se ven y se detectan, sino que también se viven y están en relación dialógica con nosotros. ¿Realmente las luces que contemplo forman parte de mí o son un yo dentro de otro yo? ¿Realmente es posible para un sujeto sano un desdoblamiento constante de esta naturaleza? 

La teoría clásica es un producto del sentido común, muy intuitiva y con un fuerte componente cartesiano. Esta herencia permite soluciones elegantes, pero que riñen con fuerza con la imagen que se forma cuando realmente estamos pensando en la vida y el lenguaje. La filosofía de la mente a partir del segundo Wittgenstenstein pretende lidiar con el fenómeno de la primera persona intentando eliminar la noción de detección, con teorías alternativas que se centran fundamentalmente en la cuestión del significado.

sábado, 28 de julio de 2012

γνῶθι σαυτόν (I)

"Hacer es hacerse", Javier Moreno

El mandato que abría el templo de Delfos posiblemente formaba parte de la tradición griega mucho antes de la construcción del mismo, justo en el momento en el que la filosofía tomaba conciencia de si misma y comenzaba su viaje, dejando atrás a sofía. Con todo, el mandato que nos invita a conocernos a nosotros mismos deja el universo de la sabiduría y se incorpora a la filosofía, siendo este uno de los mayores legados de su etapa anterior. Conocerse a uno mismo es de alguna forma la condición de posibilidad de conocimiento de lo que nos rodea. Saber cómo las cosas provocan el cambio, la alteración, la corrupción, la vida y la muerte dentro de nosotros son la clave para entender e interpretar  la alteración, la corupción, la vida y la muerte en el mundo. Heidegger entendió el estado de ánimo como la condición a priori del dasein (ser ahí). De manera parecida, Ortega y Gasset hablaba de estar alto o bajo de moral. En cualquier caso, escrutarse a uno mismo resulta una necesidad vital.

Para algunos, el autoconocimiento es sencillo y automático, mientras que para otros es fuente de pesares, frustraciones y miedos. Autoconocerse era para Albert Camus una tarea para toda la vida, un "siempre estar conociendo" una realidad, la realidad del yo, que nunca es estática, que está en continuo cambio y en constante diálogo con la identidad personal o lo que es lo mismo, la pregunta por el quién soy yo. Qué siento, qué quiero, qué me gusta, qué me repugna y cuáles son mis inclinaciones son ejemplos de preguntas que remiten a la cuestión de la relación con uno mismo y con el conocimiento que tenemos de nosotros, pero que abren la puerta a algunas de las evidencias y dudas más básicas que podemos alumbrar en esta cuestión. En un principio, diríamos que es de sentido común que uno se pregunte a si mismo qué es lo que desea y que no vaya a preguntarle a persona ajena si será descafeinado, con leche, con mucho o con poco azúcar, si hablamos de café. Sin embargo, hay situaciones en las que uno realmente duda. Tiene un excesivo ruido interno, tiene miedo o está indeciso. En estos casos, decimos que esa persona no sabe algo sobre ella misma y que hay algo que falla. En algunas ocasiones ocurre que uno reacciona a una situación de manera tal que llega a sorprenderse, decepcionarse o enorgullecerse a si mismo. En estos casos, lo que ocurre es que se ha fallado a la autoimagen que tenemos de nosotros y nuestra reacción, para bien o para mal, no se corresponde con lo que nosotros creíamos saber sobre nosotros mismos. En los casos de error, podemos llegar a pensar dos cosas. La primera es que no nos conocemos bien y la segunda, que aparece en momentos de gran flaqueza, que nosotros no estamos del todo autorizados para conocernos a nosotros mismos. "Es posible que los otros nos conozcan mejor", podemos llegar a pensar. Pero si yo no soy la autoridad para conocerme a mi mismo ¿quién carajo es? Mi madre, mi padre, mis amigos... Dios? ¿Significa esto que cuando quiero tomar algo en una cafetería, he de preguntarle al camarero qué es lo que quiero? En este caso, parece evidente que no. Una cosa es estar indeciso, no saber qué quiero, no tener acceso claro al deseo a la hora de escoger, cosa muy distinta de no ser yo la persona en mejor situación para saber qué es lo que deseo.

La duda nos puede corroer más fuertemente en los casos en los que otros pueden averiguar con mayor acierto lo que estamos sintiendo. Nos puede suceder que un buen día, alguien que pasa mucho tiempo con nosotros, de la que curiosamente diríamos que nos conoce muy bien, nos dice: "estas enamorado o al menos, te gusta María". Habitualmente, esa clase de afirmaciones nos suelen chocar y a menudo, después de escucharlas, nos podemos encontrar con que esas personas tienen razón y que, sin saberlo, realmente teníamos algo dentro que no sabíamos. Ante nuestra sorpresa, esa persona que nos conoce, se explica diciendo: "se te nota, cuando te gusta alguien haces esto o aquéllo, tienes estos gestos" ¿Significa esto que esa persona nos conoce mejor que nosotros mismos? La idea no es descabellada, pero la cuestión no es esta, puesto que el error de juicio cabe en el otro y en nosotros mismos. Cualquier persona de fuera puede errar el tiro e interpretar correctamente mis gestos, al igual que yo, que puedo no saber o no darme cuenta de algo. Pero lo cierto es que yo sigo siendo la  persona que tiene un acceso más o menos directo y fiable a mis sentimientos. Podemos decir que el que está dentro es quien está en mejor posición para saber y juzgar. Habitualmente a esto en filosofía de la mente se le llama autoridad de la primera persona y es, de alguna manera, el punto de partida del viejo "conócete a ti mismo". Pero ¿cómo se enviste de autoridad la primera persona? ¿Qué es lo que la hace tan misteriosa y que hace que la llave a la última puerta de nosotros mismos esté en nuestras manos?¿Cómo sé las cosas de dentro de mi? ¿Cómo funciona ese particular saber?¿Cuál es el mecanismo del autoconocimiento?

jueves, 19 de julio de 2012

Europa, Europa

Elda hoy II, Javier Moreno

John Stuart Mill, uno de los más célebres defensores del liberalismo, entendía que los gobiernos no debían ocuparse de la felicidad de la gente, sino que esa cuestión era cosa de cada cual. Mill estaba convencido de que cada individuo debe tener la libertad para poder elegir qué es lo que quiere hacer con su vida y cuáles son las guías fundamentales en su viaje. Sin embargo, sí entendía que los gobiernos debían ser capaces de evitar el sufrimiento y generar las condiciones para que las gentes no padezcan, ya que la ausencia de sufrimiento es una condición básica para la felicidad. Sencillamente: donde prolifera la miseria, la felicidad no es ni tan siquiera algo con lo que soñar, por lo que según Mill las fuerzas del Estado deben movilizarse para asegurar que la felicidad sea al menos una posibilidad al alcance de todos. Cada cual puede entender las virtudes o defectos de la doctrina liberal en general, pero lo que es difícil negar es que de las palabras de Mill emana elegantemente el imperativo que obliga a los gobernantes a mejorar las condiciones de la gente por encima de cualquier otra premisa. Es curioso que en los tiempos que corren y dado el supuesto corte liberal de la doctrina dominante, se nos pretenda hacer pasar por un triunfo el empobrecimiento, la indignidad y la carencia.

Europa entera está fracasando y faltando a las señas de identidad más básicas sobre las que a juicio de servidor, se sostiene. En Europa se promueve la miseria. No se encuentra otro calificativo a la acción de eliminar prestaciones al conjunto de la ciudadanía, precarizar los beneficios del Estado de Bienestar, precarizar el trabajo y minar el poder adquisitivo de las gentes. Por otro lado, el blindaje y la opacidad de las instituciones que ahora prolifera, no es signo de buena salud. Tanto la idea de proteger a las personas de la miseria como la de tener instituciones fuertes y estables pero transparentes son el núcleo duro de un liberalismo que ahora es una sombra de lo que fue, un mero pelele dialético. El nuevo liberalismo es el liberalismo que ha olvidado la sociedad abierta, la justicia como equidad y la justicia comunitaria y promueve sin ningún tipo de reparos y con una falta de sensibilidad y humanidad la justicia como miseria. Evidentemente, una recesión, sean cuales sean sus motivos, lleva aparejada un empobrecimiento y una contracción de las condiciones de vida. Lo que hace a la actual carga de miseria algo doblemente insoportable y miserable son las formas en que se llevan a término los supuestos remedios, en las que se hace gala una falta de sensibilidad que podría exigirse de un autómata. Por otro lado tenemos las fórmulas, caracterizadas por cargar más y más a una clase media-baja cuya sencilla vida ha sido guiada mitad por doctrina liberal, mitad por doctrina consumista, resultando que la ciudadanía ha elegido qué hacer con su vida, pero siempre vigilando que cumpliera y comprara. En esta historia de fracasos, lo que es de un cinismo extremo es empujar a la ciudadanía a la orgía del consumo y luego hacerle pagar porque "nos hemos gastado lo que no teníamos". 

Con todo, lo más interesante de esto tiene que ver con la extrema parálisis de las élites para dar cuenta de lo que ocurre. El fracaso de una economía no es solo el fracaso del modelo productivo, del Estado de Bienestar, de las condiciones y relaciones de trabajo o de la falta de visión del volumen real de negocio, sino de algo mucho más amplio. Una crisis a este nivel es, como se ha apuntado en otras ocasiones, una crisis de valores. Y como ocurre que rara vez los valores son entes separados de la realidad, sino que están pegados a nosotros, a nuestras formas de entender las cosas, a nuestras prácticas y sobre todo, a nuestras instituciones, ocurre que adolecen de las mismas fisuras que se ven en el ámbito económico. Este es el gran fracaso: la incapacidad para reformar. El modelo no solo continua, sino que las formas que el poder genera naturalmente para blindarse y garantizar su estabilidad se están viendo reforzadas en demasía. Las instituciones y la burocracia creada por los hombres (repetimos, a partir de valores) para la vida estable en sociedad parece tomar vida propia y amedrentar a los hombres a que la hagan invulnerable, totémica y tirana. La idea es que nos encaminamos a una sociedad de estructuras impermeables que establecen un control más férreo de la vida de las gentes. Así, ocurre que saberes como la economía o la sociología, creados por los hombre para evitar la incertidumbre y la miseria, cobran vida propia a través de las instituciones que se erigen para proteger y preservar esos saberes de tal modo que al final de la cadena parece que son las grandes masas las que están al servicio de esas instituciones-saberes. Al final, el hombre no resulta libre como el liberal de corte milleano quiere, sino que es un esclavo de valores, instituciones y saberes que ya no están velando por evitar la miseria, sino que solo son control.

Finalmente y con la que está cayendo, asestamos otro golpe a lo que hemos sido o al menos, a lo que hemos pretendido ser al olvidarnos lo que es un gobernante. Los griegos tenían muy claro que al frente de los gobiernos, con independencia de su forma, debía haber grandes gobernantes. Mucho antes de que doctrinas como el liberalismo o el socialismo fueran pensadas, los griegos tenían claro que la condición indispensable para el futuro de una comunidad política era contar con buenos gobiernos formados por gente competente. Hoy día, la profundidad del término gobernante se ha difuminado con la profesionalización de la política y la burocritzación extrema. La palabra competente ha sido reducida a capacidad para implementar una serie de destrezas, de modo que hoy el gobernante es poco más que alguien que ocupa un cargo. Con la fuerte pérdida axiológica que supone que el gobernante no sea más que un experto, encontramos que al frente del gobierno de buena parte de los países más fuertes de Europa tenemos a contables.

Hoy día ni los propios liberales pueden reconocerse en el espejo. Atrás quedaron Mill, Russell, Berlin y Popper, de los que me atrevo a decir que hoy se ruborizarían de la deriva de Europa y de la deriva del liberalismo.

martes, 10 de julio de 2012

La nueva movilización total

Elda hoy, Javier Moreno

El sujeto postmoderno es una criatura cuya conciencia se encuentra fragmentada. Podríamos decir que en el puzzle de la conciencia, hoy encontramos más disrupciones que núcleos duros, más dispersión de cohesión y más disolución que integridad. Y es que entre la publicidad, que inunda con fuerza usos y costumbres de cada vez más parcelas de la sociedad, el conflicto entre el imaginario colectivo y el propio, entre los mensajes en el tablón de facebook, los productos que nos hacen productos, la educación seriada y descorazonada y toda suerte de conflictos emocionales, cualquier cosa susceptible de llamarse yo se encuentra bajo un nivel de disolución y alienación que la respuesta a la pregunta sobre la propia identidad se llega a difuminar entre marcas de ropa, firmas de software y hardware, grupos de música, eslóganes políticos y hasta (¡sopresa!) poesías y obras de teatro. La dificultad para trazar los límites de la persona ha sido siempre una cuestión filosófica de mucho calado, pero no deja de ser cierto que en los últimos tiempos han surgido formas cada vez más fuertes de disolución del sujeto, que lo hacen más maleable y disperso.

>Si bien es cierto que la publicidad ha perseguido siempre el mismo fin (procurar una influencia con en el objetivo de alterar la conciencia del sujeto de una determinada manera), sus actuales formas han propiciado un cambio significativo, y es que cada vez resulta más complicado distinguir un mensaje publicitario de cualquier otra forma de comunicación. Hoy día, la forma en que la información vuela y se cuela en nuestras vidas, la suma facilidad con que un vídeo emerge en nuestra esquina del ordenador, se ve un mensaje en una vaya publicitaria o en un envoltorio y  la manera en que dichos mensajes se incorporan a la trama significativa de nuestra vida dan buena cuenta de dos características claves en la transmisión y la génesis de la información: la avalancha y el subterfugio. Esto es, la sutilidad y la minuciosidad en la elaboración del mensaje y la capacidad para inundarlo todo con la intención de hacerse un hueco en la avalancha informativa. Con esto, la alienación del sujeto se puede dar a escalas industriales, con mucha más eficacia y racionalización. El "fenómeno meme" puede ilustrar esto perfectamente, ya que podemos observar en el cómo una pequeña porción de información puede amplificarse con pocos medios y constituir nuevos significados con gran importancia en nuestra vida. Nuestra capacidad de identificarlos en foros y vídeos se debe a la sencillez, la forma humorística y a la clara intención de constituir memes lo más puros e identificables posibles: sencillos, claros y virales. Sin embargo, el meme es algo más que algo gracioso. El meme es la eficiencia informativa, es un mensaje con fuerza máxima pero realizado y difundido con la menor cantidad de medios cuyo objetivo es llegar a la mayor cantidad de destinatarios. El meme al que estamos acostumbrados, es el sencillo meme-visual-chiste, pero ocurre que dada la enorme fuerza de esta forma de comunicacion que permite la movilización de enormes masas de conciencias, su potencial no ha pasado de largo para intereses de todo signo, de modo que esta forma de comunicación se ha usado desde tiempos inmemoriales para vender productos de todo signo, incluidos productos políticos. De hecho, si ya en las primeras reflexiones y estudios sobre propaganda política se concluía que estas formas de comunicación ya se usaban con plena conciencia, no debe extrañarnos que su quintaesencia, el meme viral con forma de eslógan tenga la misma potencia en la conciencia de las gentes que un meme simpático. Con esto, la propaganda política ha conseguido una capacidad para movilizar el universo simbólico de las gentes extremadamente racionalizada y previsora. Absolutamente nada se deja al azar en el juego de la movilización de las masas. Entre estos nuevos memes políticos el sujeto se diluye y se moviliza en pos de la salvación prometida.

En 1930 Ernst Junger describe la movilización total como un proceso que llega a tocar el tuétano de las sociedades en guerra. En ellas, toda actividad está íntimamente ligada a la guerra, al propósito de la nación de acabar con el enemigo: desde el combatiente en primera línea hasta el trabajador o trabajadora de las fábricas de cojinetes para aviones o vainas para balas, pasando por la formación de los niños que serán los futuros diseñadores de armas, periodistas de guerra o quien sabe, los próximos combatientes. El >proceso, según Junger, marcaría la estructura de la sociedad de tal manera que el modelo de movilización total de la población marcaría el ritmo incluso en tiempos de paz:
A pesar de los espectáculos tan grandiosos como terribles de las tardías batallas de material, en las que celebró sus cruentos triunfos el talento organizativo humano, no llegaron a alcanzarse las últimas posibilidades; aunque nos limitemos a considerar sólo el lado técnico de ese proceso, sólo cabe alcanzarlas cuando la imagen del proceso bélico se haya ya inscrita en el orden de la situación de paz. Así estamos viendo cómo en muchos Estados de la posguerra los nuevos métodos de los equipamientos bélicos están ya coartados a la medida de la movilización total.

La clave de esta pervivencia es la eficiencia y la enorme racionalización de la maquinaria bélica en otros ámbitos por lado, y la capacidad para movilizar a las gentes en otra clase de empresas que no son la guerra por otro. En concreto, una de las claves de la movilización total actual es el aliento de una poderosa maquinaria mercantil-propagandística cuya mejor arma es el potente meme-eslógan. Enormemente fragmentadas, nuestras poliédricas conciencias habían estado movilizadas en el esfuerzo del consumo, nuestro particular esfuerzo de guerra.Pero desafortunadamente para todos y especialmente para las clases medias y bajas, este nuevo esfuerzo no es suficiente dadas las actuales circunstancias. Si en tiempos de Junger la conciencia se veía  alienada y partida por ideas patrióticas que alentaban a las gentes a la destrucción del enemigo, por ideas políticas salvajes infladas de nacionalismo y pureza racial y teorías políticas y económicas con aires celestiales, ahora se nos moviliza en favor de nuestra propia destrucción y pérdida de dignidad. Los mensajes todopoderosos pretenden hacer creer que el sujeto debe movilizarse en la resignación o en la violencia, sin ninguna clase de término medio. Los mensajes más alientantes, los memes más fuertemente estudiados y difundidos, pretenden hacer creer al ciudadano medio que la situacion es culpa suya, que el responsable es él y que él debe pagar. La nueva movilización total no tiene bastante con la ideología del progreso entendido como el consumo sin freno. Viendo que esta ideología, que convirtió todo mensaje en un meme que nos inducía a la compra se encuentra ahora en stand by, se moviliza al ciudadano medio en la pobreza y en la precariedad. Los hospitales serán peores, los maestros serán peor considerados, las gentes estarán más asfixiadas con facturas y los comercios tendrán más problemas para seguir con su negocio adelante. La nueva movilización total que parece marchar rampante con cada nuevo consejo de ministros  exige un nuevo esfuerzo nacional, un nuevo esfuerzo total, que no es otro que el silencio en el empobrecimiento. Los memes: "esfuerzo y austeridad", "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", "esto es lo necesario", "sólo así saldremos".