sábado, 28 de julio de 2012

γνῶθι σαυτόν (I)

"Hacer es hacerse", Javier Moreno

El mandato que abría el templo de Delfos posiblemente formaba parte de la tradición griega mucho antes de la construcción del mismo, justo en el momento en el que la filosofía tomaba conciencia de si misma y comenzaba su viaje, dejando atrás a sofía. Con todo, el mandato que nos invita a conocernos a nosotros mismos deja el universo de la sabiduría y se incorpora a la filosofía, siendo este uno de los mayores legados de su etapa anterior. Conocerse a uno mismo es de alguna forma la condición de posibilidad de conocimiento de lo que nos rodea. Saber cómo las cosas provocan el cambio, la alteración, la corrupción, la vida y la muerte dentro de nosotros son la clave para entender e interpretar  la alteración, la corupción, la vida y la muerte en el mundo. Heidegger entendió el estado de ánimo como la condición a priori del dasein (ser ahí). De manera parecida, Ortega y Gasset hablaba de estar alto o bajo de moral. En cualquier caso, escrutarse a uno mismo resulta una necesidad vital.

Para algunos, el autoconocimiento es sencillo y automático, mientras que para otros es fuente de pesares, frustraciones y miedos. Autoconocerse era para Albert Camus una tarea para toda la vida, un "siempre estar conociendo" una realidad, la realidad del yo, que nunca es estática, que está en continuo cambio y en constante diálogo con la identidad personal o lo que es lo mismo, la pregunta por el quién soy yo. Qué siento, qué quiero, qué me gusta, qué me repugna y cuáles son mis inclinaciones son ejemplos de preguntas que remiten a la cuestión de la relación con uno mismo y con el conocimiento que tenemos de nosotros, pero que abren la puerta a algunas de las evidencias y dudas más básicas que podemos alumbrar en esta cuestión. En un principio, diríamos que es de sentido común que uno se pregunte a si mismo qué es lo que desea y que no vaya a preguntarle a persona ajena si será descafeinado, con leche, con mucho o con poco azúcar, si hablamos de café. Sin embargo, hay situaciones en las que uno realmente duda. Tiene un excesivo ruido interno, tiene miedo o está indeciso. En estos casos, decimos que esa persona no sabe algo sobre ella misma y que hay algo que falla. En algunas ocasiones ocurre que uno reacciona a una situación de manera tal que llega a sorprenderse, decepcionarse o enorgullecerse a si mismo. En estos casos, lo que ocurre es que se ha fallado a la autoimagen que tenemos de nosotros y nuestra reacción, para bien o para mal, no se corresponde con lo que nosotros creíamos saber sobre nosotros mismos. En los casos de error, podemos llegar a pensar dos cosas. La primera es que no nos conocemos bien y la segunda, que aparece en momentos de gran flaqueza, que nosotros no estamos del todo autorizados para conocernos a nosotros mismos. "Es posible que los otros nos conozcan mejor", podemos llegar a pensar. Pero si yo no soy la autoridad para conocerme a mi mismo ¿quién carajo es? Mi madre, mi padre, mis amigos... Dios? ¿Significa esto que cuando quiero tomar algo en una cafetería, he de preguntarle al camarero qué es lo que quiero? En este caso, parece evidente que no. Una cosa es estar indeciso, no saber qué quiero, no tener acceso claro al deseo a la hora de escoger, cosa muy distinta de no ser yo la persona en mejor situación para saber qué es lo que deseo.

La duda nos puede corroer más fuertemente en los casos en los que otros pueden averiguar con mayor acierto lo que estamos sintiendo. Nos puede suceder que un buen día, alguien que pasa mucho tiempo con nosotros, de la que curiosamente diríamos que nos conoce muy bien, nos dice: "estas enamorado o al menos, te gusta María". Habitualmente, esa clase de afirmaciones nos suelen chocar y a menudo, después de escucharlas, nos podemos encontrar con que esas personas tienen razón y que, sin saberlo, realmente teníamos algo dentro que no sabíamos. Ante nuestra sorpresa, esa persona que nos conoce, se explica diciendo: "se te nota, cuando te gusta alguien haces esto o aquéllo, tienes estos gestos" ¿Significa esto que esa persona nos conoce mejor que nosotros mismos? La idea no es descabellada, pero la cuestión no es esta, puesto que el error de juicio cabe en el otro y en nosotros mismos. Cualquier persona de fuera puede errar el tiro e interpretar correctamente mis gestos, al igual que yo, que puedo no saber o no darme cuenta de algo. Pero lo cierto es que yo sigo siendo la  persona que tiene un acceso más o menos directo y fiable a mis sentimientos. Podemos decir que el que está dentro es quien está en mejor posición para saber y juzgar. Habitualmente a esto en filosofía de la mente se le llama autoridad de la primera persona y es, de alguna manera, el punto de partida del viejo "conócete a ti mismo". Pero ¿cómo se enviste de autoridad la primera persona? ¿Qué es lo que la hace tan misteriosa y que hace que la llave a la última puerta de nosotros mismos esté en nuestras manos?¿Cómo sé las cosas de dentro de mi? ¿Cómo funciona ese particular saber?¿Cuál es el mecanismo del autoconocimiento?

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