jueves, 27 de septiembre de 2012

Sin rostro, sin nombre, sin número

Acto de jura del CNP, mir.es

En la derecha española siempre han confluido sensibilidades dispares. Desde la transición, Alianza Popular y después, el Partido Popular,conseguían amalgamar idearios dispares, como lo son las ideas liberales clásicas, alguna ideas de lo que en otros países son cuestiones de la democracia cristiana y algunos elementos inclasificables e incómodos que al principio parecía que se iban a desplazar hacia los partidos ultra. Sin embargo, aunque el voto ultra lo copen los partidos ultra, no significa que ciertos elementos que no tienen que ver con algunas de sus raíces no se hayan esfumado. Por lo acontecido la noche del 23 de Septiembre y a raíz de las formas de la policía y de la UIP, podemos decir sin ningún tapujo que al frente del gobierno ya no hay liberales. Los liberales m pensaron en el imperio de la ley para proteger al Estado y sus instituciones. Integrados en paradigmas socialdemócratas, los liberales han entendido siempre el imperio de la ley como un modo de proteger la paz social y como un mecanismo de control del poder. El concepto de transparencia ha sido clave para entender este movimiento crítico dentro del liberalismo.

La clave de la crítica al liberalismo clásico se encuentra en una extraña paradoja que podemos encontrar en uno de los padres de las modernas doctrinas políticas, Thomas Hobbes. Llamarlo liberal es un anacronismo, pero lo cierto es que el núcleo duro de su teoría política alberga algunas de las ideas clave para pensar el Estado moderno, antecedente de las democracias contemporáneas. Hobbes cayó en la paradoja de dar al regente del Estado poder pleno para que nadie tomara la ley por su propia cuenta y pudiera, por todos los medios que fueran necesarios, reinar el orden y la paz. Este es el principio del "imperio de la ley".Pero ¿es posible dar el poder absoluto a alguien con garantías de que éste lo vaya a usar en beneficio de todos? Y lo que es más importante, ¿qué pasa si el poder absoluto se torna en tiranía? Ante estas preguntas, de Hobbes solo tenemos una respuesta: "si tu has votado eso, estar en contra a posteriori es como estar en contra tuya". Lo curioso es que versiones de este mensaje se oyen todavía, a pesar de que el liberalismo se reformó para dar cabida a la posibilidad de acabar con el gobierno establecido si éste se convertía en una tiranía. El voto regular es uno de los mecanismos que se suelen poner de ejemplo como modo de control del poder, y con el tiempo se ha convertido en excusa recurrente ante excesos y mentiras, a pesar de que otros mecanismos, como el referendum vinculante y la obligatoriedad de cumplir los programas electorales se han hecho fuertes como medio de control del poder. La implementación de estos mecanismos han terminado por establecer la diferencia entre  "democracias avanzadas" y a "democracias" a secas. En la sociedad de la información, la transparencia se ha hecho una demanda social, como lo han sido los medios de control del poder y la permeabilidad de la clase política a los problemas, puesto que el calado y el tamaño de los mismos es a la vez micro (que afecta a unos pocos, dentro de una comunidad) y macro (globalización). La mentada transparencia es un modo de control del poder, un medio para saber dónde ir y qué preguntar y en suma, una forma de pedir responsabilidades sin ambigüedades ni trabas.

Pero en España ya no hay liberales, no al menos liberales concienciados y permeables a la realidad que vivimos. El 23 de Septiembre en Madrid habrían simpatizantes y no simpatizantes con las causas y los modos de las manifestaciones, habrían votantes del PP y del PSOE, habría gente en sus casas y gente en la manifestación. Ante el congreso y en Neptuno, entre los gritos y las gentes, había espectros, espectros con porras y cascos, vestidos de azul. Cuando el poder es etéreo e innombrable, cuando desde la sombra se planea golpear e intimidar, el ciudadano pierde todo el crédito en aquéllo pensado para protegerle. Porque al margen de la extrema dureza empleada (como los golpes por encima a de la cintura, como cuello y cabeza), la gravedad del asunto estriba en que el poder decidió desconectar el canal de conexión entre la toma de decisiones políticas y la posible reclamación del ciudadano ante las mismas. La prueba de ello es la falta de identificación sistemática por parte de la policía que cubrió lo que acontecía durante las propuestas que se ha constatado en la red. Cuando tal cosa ocurre, el Estado pasa a otro nivel, que ya no es el Estado de derecho que parieron los liberales, sino un Estado policial que pensábamos que habíamos dejado atrás, en el que el Policía no sólo es la autoridad y parte del poder ejecutivo (como pensamos que debe ser), sino que ejerce el papel de un fantasma inmune a toda petición de responsabilidad, una criatura etérea y sin rostro, al que el ciudadano sólo puede temer. Si lo que vimos el martes es fruto de una decisión política, el fantasma no es ya la policía, sino la propia política.


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