sábado, 20 de octubre de 2012

¿Vivimos en una sociedad cínica? (IV): Diagnóstico profundo, complicado tratamiento


Por lo visto hasta ahora, estamos inclinados a pensar que la respuesta a la pregunta que abre la serie es afirmativa y que en resumidas cuentas vivimos en una sociedad postmoral en la que el sujeto es estructuralmente cínico, luego la propia sociedad resulta cínica en su conjunto. La explosión de la revolución tecnológica y las llamadas guerras del coltán que se promueven gracias ella son desde el punto de vista moral, el ejemplo claro de que nuestro universo moral está atascado y que a sabiendas de lo repugnante que pueda ser la guerra, no se nos ocurre un juicio moral que esquive por un lado la dispersión de la responsabilidad propia de nuestro tiempo por un lado, y el atasco moral y argumental de nuestras posiciones enfrentadas al respecto que denuncia Macintyre:

a) "Las guerras, todas las guerras, son una injusticia: muere gente inocente. No importa la causa. Las guerras del coltán,son doblemente injustas porque están auspiciadas por grandes multinacionales que promueven la muerte en esos países para que aquí tengamos teléfonos móviles y otros aparatos electrónicos. Todos nosotros somos responsables cada vez que encendemos el móvil, enchufamos el ordenador. Por supuesto, aunque usemos otros equipos la resposabilidad se extiende al mandar un mail, un sms, un watsup, mirar la wikipedia... Responsables podrían ser por extensión: Google, el diario El País al tener edición digital, Telefónica y su suministro de internet..."

b) "No todas las guerras son injustas. Las hay que buscan la liberación de las gentes de un país. Puede haber intereses, pero si el fin principal es la liberación es legítimo pelear. Es cierto que en todas las guerras mueren inocentes,  pero todo lo que se puede hacer es evitarlo a toda costa. ¿Las guerras del coltan? ¡A mi usted qué me cuenta! Claro que conozco que existen, pero yo no soy quién para dominar la política en África, ni formo parte de los organismos y gobiernos que meten mano en la región, ni soy miembro de los consejos de administración de las empresas que meten presión a las guerrillas. Además, tampoco es mi problema que las distintas tribus y sectas africanas sean tan proclives a matarse entre ellas cada vez que el hombre blanco  pone encima de la mesa sus intereses. La cuestión se resume a dos cosas: hambre y política internacional. A mi usted no me atosigue, que tengo bastante con llegar a fin de mes. Además, ¿qué hacemos, lo reseteamos todo? ¿Tiramos los ordenadores a la basura? Y en otro orden de cosas, ¿de verdad crees que la gente puede vivir con semejante paradigma de la responsabilidad?¡ Eso es vivir con angustia por cada cosa que hacemos!" 

Elijamos lo que elijamos nos encontramos algo perdidos y con la sensación de que no las tenemos todas. El hecho de que situaciones cuya naturaleza nos resulte desagradable y urgente sean una realidad mientras nuestras discusiones al respecto se hacen eternas, irresolubles y enormemente agrias nos reafirma en el hecho de que hay algo que no anda bien. La paradoja es que mientras nuestra psicología moral nos obliga a tomar partido y a situarnos en uno de los dos lados de la argumentación (o a mitad, lo mismo da), sabemos que en realidad sólo entonamos la posición aprendida a la espera del abismal desacuerdo con nuestro interlocutor. Enunciamos nuestras preferencias y les damos fuerza desde los argumentos aprendidos. Usamos palabras muy grandilocuentes en el proceso de discusión pero en última instancia, todo parece sugerir que lo que se hace es decir qué nos gusta y qué nos disgusta,  qué aprobamos y qué no aprobamos, pero en el fondo nada de esto tiene que ver con la objetividad porque hay un abismo insalvable ente cada posición. Ante esto ¿Qué se puede hacer? La respuesta de Macintyre tiene un punto de partida y unas implicaciones que destruyen parte su atractivo como pensador. Macintyre quiere romper la baraja. Puesto que el juego se encuentra en una fase completamente caótica, hace lo que a juicio de servidor es un auténtico giro antifilosófico que consiste en cambiar lo que de hecho es nuestro mundo a partir de una receta. El orden de la postmoralidad pretende ser substituido por una actualización de la tradición aristotélica de las virtudes. Para el autor escocés, lo ideal sería que cada grupo o comunidad se contextualize y se aglutine en torno a sus virtudes y que dichas virtudes guiaran a la comunidad. De esta manera, la comunidad se erigiría como fuente de identidad pero también como fuente de legitimidad y soporte de unas determinadas virtudes que articularían el universo moral y práctico de las gentes. Tristemente para Macintyre, esta solución es inviable. La tradición de las virtudes puede convertirse en un topos adicional dentro del atascado debate moral. Un discurso inconmensurable más. Sin embargo, y concediendo que esta tradición tiene un estatus especial (ya que no mantiene ningún nexo con la modernidad  y tampoco con el emotivismo), la clase de organización social que se deriva de ella es indeseable. La comunidad de la que nos habla Macintyre puede desarrollar, en virtud de la uniformidad de valoraciones y virtudes, algunas características de lo que Popper llamaba "sociedad cerrada", como la presencia que pueden adquirir  las costumbres, la fuerte tendencia a al tribalismo, la uniformidad en la conducta y la homogeneidad en las valoraciones. Todos son rasgos que propician la  falta de pluralismo. 

La propuesta de Macintyre no resulta nada conveniente. Hace difícil la presencia de multitud de puntos de vista, lo cual es un rasgo de nuestro tiempo que en general, juzgamos irrenunciable. Por nada del mundo querríamos cambiar esto por mucho que nos incomode vivir en un mundo postmoral. Es más, adelantamos que posiblemente sean realidades gemelas. De momento, tenemos que admitir que preferimos convivir con esas situaciones desagradables que nos incomodan y nos desconciertan por igual, que la oscuridad y el gigantismo de nuestro tiempo en nada ayuda. El cinismo se hace fuerte y querríamos encontrar una manera de poder desterrarlo, pero una vuelta al pasado no es en absoluto viable. ¿Hemos de encontrar la forma de negar la postmoralidad o tenemos que abrazar el cinismo con naturalidad?

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