domingo, 28 de octubre de 2012

¿Vivimos en una sociedad cínica? (V, fine): Holgando el nudo


Retraerse no es la solución. Buscar calor en "los que hablan como yo" y "piensan como yo" puede resultar una solución reaccionaria. Además, uno siempre tiene vecinos, con lo que salvo las consideraciones generales en torno a la idea de comunidad, no hay mucho más que rascar en la teoría de Macintyre. A poco que profundicemos, la riña entre este modelo y algo parecido al liberalismo clásico es inevitable. Y, nos guste más o menos, el liberalismo político es algo a lo que pocos desean renunciar. Es por esto por lo que las teorías del consenso o de la justicia están tan fuertes, y los discípulos de Habermas y Rawls tienen voz en todas partes. Sin embargo, estas propuestas no sólo no tienen grandes ideas para responder a nuestra pregunta, sino que en lineas generales, callan. Aunque su principal virtud es la capacidad de eludir el conflicto moral a base de consensos y contratos, dichos consensos pueden heredar los puntos ciegos que comentamos, con lo que el cinismo se puede colar en nuestros consensos y contratos. Es cierto que las doctrinas de ambos teóricos pretenden evitar sesgos, pero la de Rawls atiende sólo a "democracias" (occidentales, parece), mientras que las teorías de Habermas también pivotan sobre ese concepto. Por supuesto, son teorías para articular nuestra vida social e institucional bastante prácticas, pero el problema del gigantismo de nuestro mundo no lo pueden sortear. Algunos de nuestros dilemas morales más serios trascienden las teorías de cómo se organiza una sociedad concreta y van, directamente a cómo está organizado el conjunto de sociedades. Porque el gigantismo del que hablábamos al principio puede resultarnos un fenómeno local si estamos hablando de teléfonos móviles o de ritmo de vida alienante, pero nada más lejos de la  realidad: el gigantismo es una cuestión global. Precisamente por esto la sensibilidad moral se enturbia y nubla, porque ya no es posible imaginar dónde empieza y dónde acaba nuestra acción y dónde empieza y acaba nuestra responsabilidad. Cuando tal cosa es posible delimitarse, tal vez estos teóricos iluminen la cuestión, pero por ahora, no creo que sea el caso.

No parecen quedarnos demasiadas alternativas, aunque hay algo que nos resulta bastante obvio y que no hemos explicitado desde el principio. Sea cual sea el grado de responsabilidad que nos toque en cuestiones como las guerras del coltán financiadas indirectamente con la compra de móviles, la financiación de armas a través del negocio de refrescos o bancos, las gentes no desean verse involucradas. Matar a distancia es fácil, pero si una persona no se desea tomar parte de ninguna manera, podría sernos suficiente. La oscuridad en nuestro tiempo debe ser, en líneas generales, nuestro mayor enemigo. El sujeto postmoderno puede moverse en los lindes de un "pensamiento débil" a nivel moral que hemos relacionado con el gigantismo y con los procesos de racionalización. A mi juicio, estos dos fenómenos no son el efecto de la aparición de la postmoralidad, sino al contrario, estos procesos son la base de la postmoralidad. Hacer salir de la oscuridad estos hechos deberían ser la meta para que el sujeto postmoral se aleje de esa angustia de sentirse culpable de todo y a la vez, responsable ante nadie. Racionalizar en exceso nos convierte en máquinas de calcular, sopesar, evaluar y decidir, pero nuestra humanidad se puede adulterar a partir de una hipertrofia racional. Igualmente, la racionalización excesiva de nuestra sociedad produce situaciones que son a todas luces irracionales, como puede ser la mano de obra semiesclava que fabrica nuestros ordenadores. Dominar sin freno para estar más cómodos a la espera de que dicha dominación no nos estalle el la cara. En virtud de esa irracionalidad, tiene fuste pensar que en algunas cuestiones no es necesario  jugar al viejo juego del choque de tradiciones en materia moral, puesto que la repugnancia es un principio tan básico a la hora de mover la conciencia que no es necesario ninguna batalla dialéctica. A mi juicio, no hay ninguna inconmensurabilidad entre tradiciones morales cuando las leyes de la empatía más primitivas y básicas están sobre la mesa.

Tristmente, el mundo da mil vueltas, y las ha dado mucho antes que nosotros, por lo que el estado de cosas actual genera en el sujeto una fuerte ambivalencia. Caer en el síndrome de Róbinson Crusoe es una temeridad, lo mismo que volver atrás y hacer como que no ha ocurrido nada. Las virtudes y los cantos de sirena de nuestra jaula de control e hiperracionalización van de la mano. La clave es encontrar dentro recursos para evitar esa sensación de cinismo que incomoda al sujeto de la mano de refugios o recursos para iluminar el gigantismo y aliviar la alienación. El  gigantismo necesita instituciones internacionales eficaces y fuertes, que sean coactivas y al mismo tiempo habilitantes. Dichas instituciones deben ser coercitivas a la hora de imponer transparencia a todas las instituciones, tanto públicas como privadas, porque en nuestra sociedad de la información esto es lo único que el sujeto tiene para hacer algo inteligible su mundo y su contexto. Por ejemplo, saber de dónde proceden las cosas que consumimos y cómo llegan a nuestras casas es un conocimiento a menudo incómodo, pero importante. ¿Y de qué sirve esto si el sujeto postmoral parece una realidad ineludible? Si la postmoralidad era un fenómeno asociado a la falta de acuerdo moral a causa de la inconmensurabilidad y el vacío en nuestra terminología moral, saber más cosas se reduce a sumar nuevas líneas de argumentación a las tradiciones, pero no disolvemos el problema, se podría objetar.  Aunque es cierto que la idea de una objetividad moral  ha desaparecido del mapa bajo la forma de una teoría o sistema, es posible articular puntos de apoyo entre cada tradición apelando a esa "empatía primitiva" de la que hablábamos. El punto clave de esta posición no es negar la postmoralidad (entendida como la prevalencia en la sociedad de un "pensamiento débil" moral), sino más bien, esquivar inconmensurabilidad. Creo posible algún tipo de traducción entre las distintas tradiciones que sea algo más que un mero consenso si se intentan evitar los valores sin contenido y se apela a una "empatía primitiva". Al final, la postmoralidad resulta habilitante, ya que nos permite adoptar un pensamiento menos dogmático y dominador (del otro, se entiende). Por esto, un pensamiento débil no se debe entender como un hándicap si gracias a él podemos despegarnos de esas viejas ideologías cuyos valores sospechamos que en boca de todos se estiran como chicles para defender lo uno y lo otro, según qué convenga. 

Después de todo el recorrido ¿se podría decir que nuestra sociedad es cínica? Hemos de recordar que el cinismo requiere un cierto grado de misantropía que es muy difícil de extender al carácter, costumbres y opiniones generales. Nadie querría que la construcción de aparatos electrónicos acarreara serios costes humanos ni en Congo ni en ninguna parte. El gigantismo y la hiperracionalidad, unido al fenómeno de la postmoralidad, nos han convertido no en una sociedad cínica, sino más bien en una sociedad que tiende a la contradicción, la incoherencia, al interés y al exceso de control. Este cóctel, enormemente amargo e insatisfactorio (nadie se engañe, más para los habitantes del Congo, entre otros lugares) nos envuelve y harta, porque el sujeto no sabe bien qué pensar y no sabe bien qué puede hacer. Se siente algo sucio y hay culpa, pero si todavía hay consciencia y empatía, hay alguna salida.

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