El componente racionalista tiene gran importancia en la historia del cinismo y en la cuestión de la que nos estamos ocupando aquí, puesto que el cinismo social que proponemos no es sino un compañero de viaje de la postmoralidad. La enormidad de lo que acontece a nuestro alrededor bien puede estar empujando al fenómeno de la postmoralidad y ello se ve reflejado en un cierto malestar cuando discurrimos sobre las prácticas sociales que pueden resultar reprobables moralmente y que en ocasiones nos llevan a pensar que nuestra sociedad es una sociedad cínica.
Los problemas derivados de nuestra enrevesada, poliédrica y gigantesca organización social de los que habla Anders en el texto que citamos días atrás vienen motivados por el enorme esfuerzo racionalizador. Este esfuerzo siempre va
precedido de un conocimiento metódico y exhaustivo de un campo de la
realidad. Por ejemplo, conocer cómo es la realidad física, química
y biológica de nuestro medio nos permite hacer puentes para salvar
obstáculos, sintetizar vacunas para erradicar enfermedades mortales
y crear máquinas que hacen nuestra vida más fácil. Las ideas de racionalización, conocimiento y control se unen con fuerza a partir de la modernidad. Controlar la enfermedad, controlar el
tiempo en el viaje y controlar el confort en nuestra vida es posible
gracias al conocimiento y a la aplicación de principios
racionalizadores del espacio humano. En parte, este es el sueño de
los filósofos desde Bacon, pasando por Descartes hasta Kant. idea
más fuerte y que servía como leitmotiv de todo el
pensamiento de la época era saber cuáles eran los límites de lo
cognoscible y cuál era el contenido de lo cognoscible para acomodar
la vida a ese conocimiento; saber para describir, explicar y predecir
con el fin de hacer del hombre una criatura menos vulnerable y por
supuesto, más libre.
A este sueño del pensamiento moderno
subyacía una concepción de la racionalidad que a la luz de los
análisis de los sucesos acaecidos durante el siglo XX por parte de
algunos pensadores puede ser descrita como ingenua e inocente. El ser humano
consiguió perfeccionar la tecnología y revolucionó todos los
campos del conocimiento siguiendo principios racionales, aplicando su
ingenio y su afán por conocer la verdad. Sin embargo, también
consiguió enormes cotas de racionalización en el medio humano, cuyo
impacto seguimos viviendo hoy: cadena de montaje, especialización en
el trabajo, racionalización del sistema político, buracratización
titánica, control del tiempo, medidas de seguridad ciudadana,
políticas de disuasión nuclear... Ha llegado un momento en el que
la razón ha destilado una tecnología y un saber que aunque ha
conseguido importantísimas mejoras en la calidad de vida de las
gentes (del primer mundo), también ha generado una histeria
racionalizadora cuyos efectos alientantes ya estaban perfectamente
descritos en los escritos de Marx. En este punto hemos ve volver al texto de G. Anders y apuntar que la oscuridad de la que hablaba no es otra cosa que alienación: la sensación de que uno está realizando actividades y en general, está llevando una existencia tan fuertemente mediada por entes externos que pueden hacerle sentir a uno que no está viviendo su propia vida. A mi juicio, este es uno de los puntos clave del cinismo social. Si admitimos que un sujeto está fuertemente alienado, hemos de admitir que incluso sus valoraciones morales pueden estar igual de mediadas que lo están sus relaciones personales, su tiempo libre, su trabajo... En una sociedad postmoral, el sujeto alienado realizaría laxos y flexibles juicios éticos mediado por la enorme maquinaria que lo mueve todo y que impide, con su gigantismo, un juicio moral completo y crítico. Un gigantismo producto de la hiperracionalización de la sociedad.
Otra de las claves ha de rastrearse más allá de los productos materiales de la ilustración y de la racionalización de la vida cotidiana. Hay que buscarlo dentro de la forma en que el iluminismo ilustrado trató las cuestiones éticas y cuáles fueron los resultados y cómo finalmente, se creó una especie de atolladero ético que podemos poner en práctica en cualquier discusión moral que emprendamos.
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