lunes, 26 de noviembre de 2012

La ratonera (III): internet y tecnología ¿nuevas formas o más de lo mismo?

"Reading girl in hovertime", Gerard Stolk

La ortodoxia en la creencia de las tesis fundamentales de la industria de la cultura lo desvaloriza todo. Cualquier intento de producción cultural está henchido de valores mercantiles y control de los sujetos. Los valores del dominio se instauran en todo: desde unas zapatillas, pasando por un programa de entretenimiento, un disco de rock, una película de alienígenas...Porque para todos hay productos culturales, todos tenemos objetos de consumo cultural pensados para nosotros cuyo núcleo fundamental es el humo. A pesar de todo esto, el universo mediático y hipertecnificado puede arrojar algún resquicio de escape a la lógica de control que estrangula con la fuerza de los discursos y las narrativas "de éxito" que trinfan en los vehículos habituales de la industria de la cultura. Curiosamente, internet y las tecnologías de la información, además de ser nuevos métodos de control de la información y nuevos espacios para la creación, venta y consumo de productos culturales, son espacios que cimentan nuevas formas de hacer y contar historias.

Como cualquier idea o concepto, su forma suele ser hija de un tiempo y de una persona que estaban en movimiento. Las personas mueren y las ideas, permanecen. Ahora bien, si no queremos ser siervos de monolíticos e impenetrables dogmas, las ideas han de verse a la luz del magma que es el espacio vivo donde se vierten, el espacio vivo del contacto con otras ideas, con el magma imparable del paso del tiempo y de los cambios sociales, políticos económicos y tecnológicos. Por todo esto, no podemos pasar sin más por la obra de Adorno y Horckheimer sin hacer crítica ni contraste de sus ideas. Porque a pesar de la enorme actualidad, agudeza, profundidad y cercanía en el tiempo de sus ideas, sin tal crítica no haríamos de las tesis de la industria de la cultura más que un pobre títere a partir de hilos y cadáveres conceptuales y con ello, filosofía muerta. El vídeo del pasado post nos puede servir de referencia y a mi juicio, un perfecto ejemplo de "filosofía al pie de la letra". Vamos, doctrina en una palabra. La película que cita no es que sea una maravilla del séptimo arte, pero el modo en que se analiza (la falta de "espacio para la imaginación"), es como poco una hipérbole. Es un hecho que los ritmos narrativos extremadamente rápidos y los fuegos artificiales abundan en las producciones de la industria de la cultura. Sin duda, toda esta parafernalia es el aderezo que envuelve los pobres productos de esta industria, pero con los actuales medios de reproducción y distribución, la forma de contar historias cambia. Para bien o mal, estos ritmos conviven con otras formas de narrar. El ritmo frenético no se puede parar en el cine y posiblemente, ese es el contrapunto romántico a lo que pasa en casa con los reproductores y el cine en streaming. El humo que está envuelto en el frenesí se puede parar para dejar al descubierto lo que tenga en sus entrañas el  filme. La interacción es posible incluso con el ritmo más absurdo que se nos presente. Es más, es posible un diálogo entre los espectadores reunidos, puesto que el ritmo ahora está en manos del propio espectador, que controla el aparato que reproduce. El fenómeno del home cinema es una jugada de la industria para vender reproductores caseros, sí, pero al mismo tiempo induce una nueva forma de hacer y ver que pone el énfasis en el manejo libre del tiempo por parte del espectador y en la posibilidad de la reproducción repetida. No tiene ningún fuste decir que la parafernalia en el cine es, per se, la muerte de la imaginación y de la interacción.

Tristemente, es innegable que el cine y otros productos culturales enormemente dependientes de la industria sigan pensándose como panfletos y sigan siendo una suerte de espejo del propio estilo de vida; funcionando como un reality en el que todo va como esperábamos, y nada pasa. En última instancia, este espejo nos recuerda qué clase de nicho social ocupamos. Son control e identidad: Nerd, rockero, cani, punky, ecologista, "cultureta", hipster, revolucionario, jugador de golf, amante de las fotos... Sin embargo, es curioso cómo en todo este torbellino algo nihilista se sucede el fenómeno de la reproducción a través de Internet. Porque a través de la red es posible revivificar lo que parecía bien catalogado, ordenado y domesticado. En Internet, la reproducción masiva de Walter Benjamin puede cobrar auténtico sentido. La masa, un concepto habitualmente entendido con fuertes connotaciones negativas, se habilita como un concepto antagónico al de oligarquía. En este caso, los oligarcas culturales tienen enfrente a la masa informe y mayormente libre de Internet. Es en la red de redes,  un lugar en el que por definición es posible crear y difundir y donde es posible exponer sin vender, la industria de la cultura tiene una suerte de cortafuegos, puesto que es posible la creación y la difusión sin los recursos narrativos y expresivos que se explotan tradicionalmente por la industria, con la consiguiente incremento de la independencia creativa que todo ello arrastra.

De todos modos, se puede aducir que la irrupción de internet ha cogido a la industria por sorpresa y por tanto podemos suponer que su recién estrenado estómago digital está, por el momento, poco desarrollado,  pero que será en el futuro un eficiente devorador. Las tesis de Adorno y Horckheimer son poderosas y persistentes porque donde aparece la reproducción masiva suele aparecer el poder de la industria y su tendencia a homogeneizar. E internet también es un negocio, una industria: twitter, itunes, facebook, blogger... Es necesaria una crítica más profunda y una forma distinta de entender la masa, o estaremos obligados a admitir que en el ácido estomacal de la industria cultural todo se iguala, sea una novela de vampiros vendida en la fnac o el post de un blog de noticia

domingo, 18 de noviembre de 2012

La ratonera (II): ¿Como los playmobil?


La esencia de la industria de la cultura es la serialización y la capacidad de brindar a los individuos un producto acorde sus necesidades en función del nicho social al que pertenezcan. El negocio redondo de la industria cultural y la imposibilidad de que la cultura quede libre de las inercias de la industria son independientes del sistema económico y político, siempre que la entendamos como la penetración de los valores y la lógica mercantil, burocrática y controladora en el seno de lo que en el pasado llamábamos arte.

La mercantilización está servida en la forma en que los productos se diseñan y se venden. La cuestión no es sólo que los productos se serialicen, sino que en dicho proceso los productos se piensan bajo la forma de la serialización. El viejo artista piensa ya su obra bajo la lógica de la serialización, que es un subproducto de la lógica de la homogeneización, hija esta úlitima de la lógica de la mercadotecnia. La metáfora la sirven los simpáticos playmobil. Cuando vemos una colección de estos divertidos clicks, solemos encontrar distintos personajes, como el playmobil fontanero, el pirata o el policía. El análisis curioso (y algo destructivo) de un niño al eliminar e intercambiar accesorios revela que todos los playmobil son iguales. El accesorio que transforma al "playmobil base" (el casco, catalejo o herramienta), no difiere en nada del proceso que produce al propio playmobil básico. Los accesorios y el click llega un momento en que se identifican, puesto que todos los objetos de la industria cultural son hijos de la misma máquina, cuyo objetivo es, en el caso de que el click tuviera conciencia, ofrecerle los productos él esperaría del lugar que la máquina le ha asignado. La teoría de la industria cultural termina por afirmar que la conciencia de la masa y los productos culturales son la misma cosa (playmobil y accesorios). Al final, nuestra conciencia es también un producto seriado, a la espera de más objetos serializados.


Con todo, y a pesar de la enorme agudeza a la hora de dar cuenta de cómo nos nutrimos culturalmente, llega un momento en el que la industria de la cultura puede producir la deleznable sensación de ser una nueva teoría del todo. Todo queda explicado y reducido a los términos de la teoría. Nada se escapa. Y la verdad, lo incómodo de esta idea es que resulta tan potente y está tan pegada a nuestra vida que es fácil que nos ahogue. Sin embargo, no deja de ser una gran certeza el hecho de que toda la vida, incluida la vida de esparcimiento y enriquecimiento cultural, está mediado por la mercadotecnia, lo que resulta una angustiosa situación.

Retomando la ideas de Benjamin, al que habíamos dejado como un comprometido revolucionario, se intuye que gracias a internet es posible ir más allá  de esta teoría del todo con la idea de la ultrareproducción. Dijimos que internet sería el paraíso para Benjamin, aunque en opinión de servidor, sería más bien la puerta por la que sus ideas pueden esquivar el enorme problema que la reproducción masiva tiene al asociarse con la industria, que necesariamente transforma  el arte en algo que se ahoga en la reproducción seriada y homogenea y que cada vez se convierte en el estandarte de los valores del consumo y la alienación. Vemos que el vídeo menciona a internet, pero apenas dice nada de su poder para alienar y homogeneizar la conciencia. Es cierto que la industria cultural intenta copar cada vez más espacios de la red de redes, pero en ella todavía es posible la reproducción masiva que puede dar lugar a conocimiento y difusión de ideas sin la colaboración de la gran industria. Es posible que seamos como los muñequitos de plástico en algunas parcelas, pero Internet puede ser por ahora un bastión, un oasis. El concepto masa adquiere una nueva dimensión en estas coordenadas.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La ratonera (I): Reproducción masiva e industria cultural


Da gusto tenerlo todo: Bibliotecas, videotecas, musicotecas... Prosa, verso, cartas, ensayo, crónica... Jazz, clásica, metalcore...Todo está al alcance y lo mejor que es es increíblemente fácil conseguir y realizar una copia (obviamente, dejando cuestiones legales aparte). Es el sueño divino de la vieja biblioteca de Alejadria: conocimiento, técnicas y cultura al alcance de todo aquél que sepa dónde buscar.

La exclusividad en el acceso al saber y la cultura casi ha desaparecido con lo que Walter Benjamin llamaba "reproducción masiva". Hoy día la orquesta sinfónica o el grupo de folk salen de los escenarios para llegar a nuestras casas a través del reproductor. Las imprentas han hecho posible el acercamiento a los museos sin salir de casa y la velocidad de las mismas hace que las publicaciones en papel de todo género se actualicen y florezcan sin freno. La tecnología posibilita reproducciones de gran exactitud de obras de arte de inmenso valor sin demasiado esfuerzo técnico para terminar trayéndoles a las aulas a través de proyectores y fotografías. Sin duda, hoy entendemos la diferencia entre un original y una copia y sabemos valorar una cosa y la otra, pero a la vez concedemos gran valor a la facilidad con que podemos acercarnos a productos culturales que de otro modo nos estarían  vedados. La reproducción masiva y el fenómeno de internet que lo engrandece nos acercan las cosas, lo cual es un gran avance, ya que antaño había que moverse para poder nutrirse culturalmente. Curiosamente, Walter Benjamin esperaba que con la irrupción de la reproducción masiva los originales perdieran su aura mágica, se acabara la veneración y al final, las obras acabaran por considerarse "piezas de museo" en un sentido cuasi despectivo. Por otro lado, la reproducción masiva podía convertir al arte en una herramienta para la difusión de las ideas (marxistas en la cabeza de Benjamin) y el florecimiento de la conciencia (de clase, por supuesto). En resumen: el arte como arma para la transformación de la sociedad. Hoy día lloraría de felicidad al ver que la reproducción es todavía más potente y eficaz con internet. Aunque, siendo realistas, la verdad es que viendo la asociación de la industria con la reproducción masiva, Benjamin lo que haría sería más bien llorar.

Las claves del concepto de industria de la cultura vienen a contradecir en términos generales una idea que podría desprenderse de del concepto de difusón. A saber: que dicha difusión masiva traería un enriquecimiento. Grosso modo, intentaremos desglosar las tesis básicas del concepto industria cultural a modo de esquema para describir el proceso que niega los supuestos aspectos benévolos de la difusión:

1. La reproducción masiva de la cultura necesita de medios técnicos para su realización.

1.2.Para ello, necesita de organizaciones industriales para conseguir la difusión.

2.La industria posee reglas propias, a menudo distintas a las "reglas" del arte o el autor o autores. Por ejemplo, reglas de mercado y eficiencia.

2.2 La industria por tanto, selecciona qué reproduce y cómo lo reproduce según:

a) Lo que genera beneficios.
b) Lo que se acomoda a sus intereses y valores.

3. Finalmente, la industria de la cultura fomenta y patrocina un determinado y muy reducido género de trabajos, que se transforman en productos, igualados y domesticados gracias a la ciencia mercadotécnica. El espectador y el lector se transforman en consumidores. La clave del éxito:

a) Hacer parecer distinto lo que es igual.
c) Intentar convencer al consumidor que adquiere algo especial.
d) Hacer caduco el producto cuanto antes para generar nuevos productos según este esquema.

3.1 Cualquier creador ha de ser parte de la industria. Su trabajo tendrá que ser asimilado por la industria, que lo fagocita todo. En virtud de su transformación en producto, su contenido estará en pie de igualdad con los demás y no tendrá un estatus especial por interesante que sea el contenido.

4. La industria de la cultura no genera nada salvo sus propios valores, que penetran en la conciencia de las gentes a través de los productos para retroalimentar el bucle.

Si pensamos en la opción de Benjamin tal y como la expresó en su obra y tomada en su radicalidad, el asunto de la difusión masiva pasa por un control por parte de la clase obrera de los medios de reproducción. Cualquier simpatizante del marxismo político se frotaría las manos, pero el concepto de industria cultural también abarca esta forma de reproducción masiva. La industria colectiva es también industria, de modo que sus dardos tendrán igualmente la forma de la propaganda y su diana será la homogeneización. Así, la difusión masiva, si  realmente desea serlo, debe aceptar la servidumbre a grandes intereses y discursos totalizadores.Será inevitable que los recursos, con independencia del sistema económico que rija dicha industria, se tiendan a racionalizar al máximo con la consiguiente homogeneización y depauperización de la cultura. Porque ¿quien necesita novedades si podemos servirle cosas "nuevas"?¿Quién querría discursos libres si con unos pocos bien distribuidos se puede dar la sensación de "pensamiento"? Dada la omnipotencia de la industria y la dependencia que al término la cultura ha desarrollado con respecto a ella ¿quién se atrevería a estar al margen? Con esto, la ratonera cultural está servida.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Martillazos (X): Miguel de Unamuno


"El estudio de la propia historia, que debía ser un implacable examen de conciencia, se toma por desgracia, como fuente de apologías, y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y componendas para la conciencia, como medio de defensa para la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia  no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros".

Miguel de Unamuno, En Torno al Casticismo, 1943.