viernes, 28 de diciembre de 2012

¿Por qué podemos dejar de creer en los Reyes Magos y nos cuesta dejar de creer en Dios?

"NGC 7294, Nebulosa Hélice o El ojo de Dios" NASA

Aunque la comparación pueda molestar a quien entienda que comparo irreverentemente una  mentira piadosa con las creencias teístas, ruego, antes de que nadie pierda los papeles, se me deje el espacio necesario antes de los ladridos para explicar el enfoque que me lleva a la pregunta y por supuesto, a a mi respuesta argumentada. Por supuesto, la sorna que puede haber en la comparación es una irreverencia puesta ahí con conocimiento de causa, pero su objetivo no es el escarnio, sino una puesta en cuestión irónica para hacer frente a una idea potente y habitualmente sacralizada. Y en este sentido, siempre he sido bastante irreverente, porque para hacer crítica, el respeto a lo sacro carece de sentido.

Los seres humanos nos hacemos grandes y pequeños haciendo y contando las historias. Las contamos para engrandecer y empequeñecer las cosas. Dotamos de sentido sagrado unas y de profano otras, mientras que relegamos un determinado grupo de historias al cajón de los tabúes. La historia de un Dios creador y providente es una de las historias con más recorrido en la historia humana, como también lo han sido los panteones politeístas de las primeras civilizaciones (y presumiblemente, durante la prehistoria). Por su parte, los Reyes Magos son producto del imaginario colectivo de la cristiandad, reconvertidos, dentro de una tradición popular, en seres mágicos y misteriosos que juzgan nuestras acciones durante el año y premian con regalos el buen hacer de los niños. En definitiva, seres bastante parecidos al famoso "coco", "hombre del saco" y demás miembros del selecto grupo de los asustadores, aunque en una más versión amable y por encima de todo, comercial: regalos a cambio de buena conducta. Ambas historias comparten la necesidad de los hombres de fabular para modelar la conducta y de lograr que los seres humanos, a través de ideas de diverso género, nos socialicemos. Y no hay mejor forma de socialización que la comunión en ideas compartidas, algo mucho más amplio que el floclore, puesto que las historias que se cuentan son el carácter de un pueblo, englobando sus valoraciones, gustos, moral y en suma, su identidad. Las historias encierran el ethos de un pueblo.

La historia del teísmo es, sin quedarnos cortos, la historia con mayúsculas para casi la totalidad de la humanidad durante al menos los dos últimos milenios. Desde la aparición del teísmo (fundamentalmente teísmo musulmán y cristiano), buena parte del ideario de la humanidad ha sido modelado a partir de un conjunto estructurado de creencias:

1º La existencia de un único ser supremo perfecto.
2º Eterno.
3º Omnisciente y omnisapiente.
4º Creador del universo y de la tierra.
5º Creador del ser humano.
6º Legitimador y garante de la moral de los seres humanos.
7º Garante de la justicia de los seres humanos.
8º Garante de una vida feliz en el más allá a través del viaje del alma inmortal tras la muerte.
9º Providente.

Todos los aspectos de las vidas de los hombres han tenido que ver con esta serie de creencias desde que su hegemonia se afianzó durante la decadencia del Imperio Romano. La expansión del Islam, con unos preceptos esencialmente idénticos, continuó su labor tanto en territorios en los que estas ideas ya existían como en territorios donde este imaginario era exótico y desconocido. Cuando la Edad Media quedó atrás y el teocentrismo parecía quedar superado, buena parte de este imaginario continuaba acompañándonos, adoptando otras formas y nombres. Incluso hoy, que vivimos en un supuesto mundo desencantado, se encuentran poderosos vestigios en el imaginario social. Nos resulta difícil desprendernos de una historia con una tradición tan larga como esta, pero por encima de todo, nos cuesta desprendernos de una historia que ha configurado nuestro propio autoconcepto, nos ha dicho quiénes somos. Así, podemos decir sin reparo que en nuestro contexto las creencias que antes enunciábamos resisten con algunos cambios. Algunas se enuncian más o menos como las oímos:

1º "Hay algo", se suele decir.
2º Ese algo es eterno, porque existe antes de que todas las cosas existieran.
3º Casi con toda seguridad, ese algo es omnisciente y omnisapiente.
4º Si existe ese algo, debe haber creado el universo y la tierra.
5º Ese algo es, por tanto, causa de todo, ergo es causa de la existencia del ser humano y la conciencia.
6º Ese algo sabe qué es el bien, luego el bien existe y está cercano a ese "algo".
7º Ese algo conoce la justicia, luego la justicia con mayúsculas tiene algo que ver con ese ser.
8º "Yo creo que algo de nosotros pervive cuando nos morimos", se suele decir.
9º "Yo creo que todo tiene un porqué y un fin", se suele decir.

La idea de que alguien "cuida" de nosotros; que de algo emana toda la razón y toda la sabiduría; que la moral está salvaguardada por la existencia de un bien que emana de "otro mundo", de un ser perfecto; que hay cosas imperecederas que ni se corrompen ni se mueren; que la vida puede ser amarga pero que luego, tras la muerte, todo irá bien, ha terminado siendo para muchos, su piel y su carne. Todas estas cuestiones juegan el papel de cimientos para todas las demás creencias.  Y aunque nos creamos a salvo de todo lo anterior, se puede poner un ejemplo de cómo estas ideas se cuelan por las ventanas oscuras de nuestra conciencia a través del imaginario colectivo, como es el caso de lo que los psicólogos llaman "mentalidad sacrificial". Este tipo de razonamiento (muy occidental), se identifica tras un fracaso que ha sido precedido de un gran esfuerzo. La mentalidad sacrificial está cargada de 7º y 9º: cuando a pesar de esforzarnos mucho en alguna tarea, las cosas han salido mal, nos frustramos porque esperamos que en virtud de una especie de "milagro" todo esfuerzo antecede a una recompensa. Esperamos una especie de providencia o justicia universal siempre que emprendemos una empresa complicada que recompense dicho esfuerzo con éxito. Curiosamente, esta mentalidad está presente en creyente y ateos por igual. Sobre este tema un psicólogo no se mojaría demasiado, diría que es un hábito cognitivo producto de la tradición, pero es todo cuanto hace falta: es producto de las historias que se han contado y se cuentan.

La verdad es que al lado de la importancia que tiene el teísmo en nuestra cultura, los Reyes Magos no parecen pintar mucho en esta historia porque, básicamente, nos cuesta descreer del teísmo porque nos mantiene en la calidez y la seguridad de una conciencia inmóvil e imperturbable. Hay tradiciones que entienden a Dios como el ser que nos hace encontrarnos siempre protegidos. Desde esta tradición, la fe transmite la sensación de que uno puede estar completamente seguro incluso en un bombardeo. Esto no significa que tengamos garantías de que no nos va a pasar nada, sino que tenemos la paz de estar tranquilos siempre, aun cuando nuestra vida corra peligro. Por contra, no nos cuesta mucho hacernos a la idea de que los Reyes Magos no existen porque la diferencia entre una historia y otra es que una se ha fabulado conscientemente como una mentira y la otra no. Los Reyes Magos, a pesar de estar mentados en el Evanegelio de Mateo (supuesto hecho histórico), son un ardid de los adultos para controlar a los niños. Son una mentira fabulada a propósito que, llegado el momento, hay que desvelar para salvaguardar la integridad moral de los niños. Convenimos que esto es así porque entendemos que llegado el momento, el niño no debe necesitar un un móvil material para hacer las cosas, ni un asustador para coartar o condicionar su acción. Sin embargo, mi intención no es quedarme aquí. Tras haber respondido parcialmente a la pregunta inicial, debemos preguntarnos si la historia del teísmo no es esencialmente igual que el engaño de los Reyes Magos, si no es una fábula que sólo nos proporciona sentido y seguridad. 

A lo largo de su historia, el teísmo sólo ha ido perdiendo coherencia. Ni el problema del mal, ni el absurdo de las pruebas ontológicas, ni los argumentos a favor de los milagros, ni los argumentos cosmológicos han dado con razonamintos compatibles con el teísmo tradicional (el que se ha enunciado en nueve puntos). Habitualmente, sólo se lograban demostraciones de teísmos-light que podían demostrar una combinación muy limitada de las nueve características que hemos enunciado. Y casi siempre, las más trascendentales y más importantes para el hombre (las que tienen que ver con la providencia, la moral y la justicia) debían quedarse fuera por inconsistentes o indemostrables, con lo que al final no queda más que un Dios reducido a la última expresión, un Dios minimalista "primera causa" o algo similar. En suma, un Dios que no tiene nada que ver con los seres humanos (un Deus ex machina) y sobre el que no tiene demasiado sentido decir mucho (porque prácticamente no es nada o, al menos, no es nada que condicione la vida de los hombres). Ante este panorama, sólo queda creer en el teísmo por la tradición (porque así lo aprendí) o por la fuerza del propio creer (el "querer creer" unamuniano). Y es que, al final, resulta que la ironía de Hume, aquélla decía que lo realmente milagroso no es que la gente crea en los milagros, sino que la gente crea en Dios, tiene más certeza que broma. La esperanza, el querer creer, su naturaleza sagrada y por encima de todo, el hecho de que sea una historia pensada para no ser desvelada, una historia que ha sido pensada como una verdad en sí a la que no se puede renunciar sin caer en la corrupción, sostienen el teísmo y lo hacen parecer intocable al lado de otras historias. Pero desvelar es precisamente eso: ante el estupor del que siente que una parte de su vida se mancilla, el acto de desvelamiento es el acto de poner entre paréntesis las historias para preguntarnos por su sentido y sus implicaciones. ¿De verdad queremos creer en un ser supremo que nos cuida, nos dice qué es verdad, nos promete justicia extraterrena, nos dice que nuestras acciones y creencias más sensibles y primordiales son infalibles y eternas (a saber: Dios existe y el bien no emana del criterio del ser humano, sino de Dios), que no nos equivocamos nunca, que viviremos para siempre y que nunca encontraremos razonable dudar del sentido de las cosas? Sea cual sea la respuesta, espero que se me conceda proponer una historia más, una en la que el ser humano pone las riendas de su existencia sólo en él y en los suyos, en su voluntad, su sentido de la responsabilidad y el cuidado y en general, en sus capacidades para afrontar lo bueno y lo malo, la claridad y la oscuridad, la vida y la muerte.


jueves, 20 de diciembre de 2012

El cajón: Philip Roth


"Luchas contra tu superioridad, tu trivialidad, procurando no tener unas expectativas irreales sobre la gente, relacionarte con los demás sin una sobrecarga de parcialidad, esperanza o arrogancia, lo menos parecido  a un carro de combate que te es posible, sin cañón ni ametralladoras ni un blindaje de acero  con un grosor de quince centímetros. No te acercas a ellos en actitud amenazante, sino que lo haces con tus dos pies y no arrancando la hierba con las articulaciones de una oruga, y te enfrentas a ellos sin prejuicios, como iguales, de hombre a hombre, como solíamos decir, y sin embargo siempre los malentiendes. Es como si tuvieras el cerebro de un carro de combate. Los malentiendes antes de reunirte con ellos, mientras esperas el momento del encuentro; los malentiendes cuando estáis juntos, y luego, al volver a casa y contarle a alguien el encuentro, vuelves a malentenderlos. Puesto que, en general, lo mismo les sucede a ellos con respecto a ti, todo esto resulta en verdad una ilusión deslumbradora carente de toda percepción, una asombrosa farsa de incomprensión. Y no obstante, ¿qué vamos a hacer acerca de esta cuestión importantísima del prójimo, que se vacía del significado que creemos que tiene y adopta en cambio un significado ridículo, tan mal pertrechados estamos para para imaginar el funcionamiento interno y los propósitos invisibles de otra persona? ¿Acaso todo el mundo ha de retirarse, cerrar la puerta y mantenerte apartado, como lo hacen los escritores solitarios, en una celda insonorizada, creando personajes con palabras  proponiendo entonces que esos seres verbales están más cerca del ser humano auténtico que las personas reales a las que mutilamos a diario con nuestra ignorancia? En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en realidad la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una y otra vez y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos. Tal vez lo mejor sería prescindir de si acertamos o nos equivocamos con respecto a los demás, y limitarnos a relacionarnos con ellos de acuerdo con nuestros intereses. Pero si usted puede hacer eso... en fin, es afortunado".

Philip Roth, Pastoral Americana, 1997.

domingo, 16 de diciembre de 2012

la ratonera (IV): últimas reflexiones

"CD", J.M

Las ideas potentes resisten el paso del tiempo. Mucho más si quienes las mantienen vivas se encargan de traerlas a la actualidad repensadas y vivas, aunando radicalidad y viveza. Sin embargo, ocurre que para eso hay que enfrentarse a ortodoxias y conservadurismos que encontraremos siempre que haya un cierto halo de veneración en torno un corpus doctrinal. Y es que, en el fondo, todos llevamos un pequeño inquisidor dentro. Posiblemente, incluso el más romántico pensador adorniano caiga en la paradoja de hacer de la tesis en torno al concepto como arma de dominio le lleve a afirmar una especie de non plus ultra para la filosofía. Con las tesis de la industria de la cultura que han sido el leitmotiv de la serie puede ocurrir tres cuartos de lo mismo.

Anteriormente, podía dar la sensación de que la tecnología e internet son ambivalentes en este juego de la industria cultural. Pueden ser entendidas como enormes estómagos culturales que dulcifican lo que debiera ser un arte poderoso, rabioso, actual y crítico como si de una máquina de empobrecimiento cultural masivo, o bien por el contrario,  ser una máquina perfecta y eficaz en la difusión de las ideas y totalmente imprescindible para el libre intercambio de pensamientos y para la expansión de límites conceptuales y sistémicos. No vamos a jugar al juego Aristotélico del término medio ni al Hegeliano de la superación por medio de síntesis. La industria de la cultura en la actualidad refleja con fuerza los valores del liberalismo económico y politico más rancios y alientantes. Sin embargo, como se ha suscitado en anteriores post, la masa tiene una cara que podría adecuarse a la idea de dialéctica negativa que juega un importante papel en la ratonera cultural. La masa se entiende aquí como un concepto que habilita una forma de crítica que no está destinada a superar una situación dialéctica para llegar a la luz de la verdad. No estamos en el discurso épico del héroe que progresa y que va saliendo de la caverna porque hemos llegado a un punto en el que sabemos bien que no hay otra cosa que la caverna. La masa habilita el discurso informe que es, de hecho, el discurso de nuestro tiempo, el de una criatura que debe aspirar a una crítica destinada a la corrección de rumbo, a la llegada de nuevas coordenadas de análisis y sobretodo a afianzar la idea de que no es posible un esquema cerrado para todos y todas las situaciones. No más que caverna. En la industria cultural, la masa tiene un sentido despectivo que suena especialmente elitista, incluso clasista. La masa es lo que en otro tiempo se llamaba espectador. La masa es la categoría clave en nuestros días. Es en el zombi, la forma más rabiosamente actual que adquiere la masa, donde se encuentran los trampolines discursivos que van más allá de los tópicos de la alienación y el dirigismo que suelen acompañar a modo de denuncia a la estética del zombi. Porque el zombi no es sólo la figura horrorosa de la masa alienada y dirigida  como lo puede ser el comprador compulsivo en los grandes almacenes (ahora que se acerca la navidad, toca). El zombi es la figura que derrama, derrama su fuerza sin freno, arrasando. Derramamos en internet, a modo de fragmentaria narración, nuestra vida. Internet, la tecnología que la soporta y los medios de reproducción que están en la base son los que habilitan nuevos espacios creativos que juegan al juego de la cultura de masas haciendo más fácil que nunca el intercambio. En Filosofía zombi, el zombi que describe Jorge Fernández Gonzalo (la masa), se encuentra inmersa en el juego del derramamiento de la propia vida en internet. La experiencia propia se hace narración que sin más, circula. Libre de los rigores de la industria de la cultura y libre de la necesidad de plasmar bajo un gran paraguas retórico o narrativo, como hicieron los artistas de vanguardia o los filósofos modernos, el zombi de internet encuentra un oasis con sus propias reglas:

No existe la verdad, existe el goce. La intervención de signos en la esfera postmoderna no pretende mostrar la verdad ni en el discurso del político ni en las filtraciones de Wikileaks, sino el goce del derramamiento semiótico y del juego de discursos. 

Posiblemente estemos viviendo una época en la que la industria y los enormes lobbys culturales estén maquinando la manera de homogeneizar también internet de manera más potente (!más potente que facebook, twitter y blogger¡). Con la masa tan activa y potente, no sabría predecir si será más sencillo o por el contrario, será imposible homogeneizar internet como ha ocurrido con la tele y la radio. Sin embargo, La industria de la cultura como tesis arrastra un cierto tufo elitista que hoy no encaja. Huxley pensaba desde esta perspectiva elitista, predecía un mundo en el que todo el mundo pudiera escribir o montar un grupo de música. Lo veía como una triste involución. Hoy día, percibimos los riesgos, percibimos la vigencia de las tesis sobre la industria de la cultura y se observa la ratonera cultural, pero al tiempo no podemos evitar pensar que los tiempos del viejo arte se han acabado y que la creatividad, aunque está fuertemente dirigida, ya no es cosa de unos pocos.