viernes, 26 de abril de 2013

Con unos pocos botones

El positivismo en todas sus versiones suele citarse como el gran coco en la historia de la filosofía. Cada vez que en un discurso más o menos pedagógico se pretendende poner sobre aviso acerca de excesos y pretensiones intelectuales desmedidas se suele poner encima de la mesa estas dosctrinas. Es casi una especie de mantra: su empeño antidogmático y antimetafísico se conviertió en un arma de doble filo de cara a sus pretensiones de progreso e iluminación filosófica. El rigor se convirtió en dogma y la filosofía devino contrafilosofía. Tal vez esto tenga mucho fuste como análisis general, pero al menos podemos conceder que su disolución de la filosofía fue una acto de coherencia difícil de igualar. Popper o Wittgenstein, con todas sus diferencias, herederos notables de esta tradición, tomaron en serio algunas consideraciones que llevaron a estos pensadores a repensar el papel de la filosofía y a plantear su posible disolución. A principios del siglo XX, la misma filosofía se preguntaba si después de todos los cambios en la historia del pensamiento lo único cabía era la disolución. La potencia explicativa de las ciencias dejaba en evidencia los viejos juicios de la filosofía, se pensaba. Además, en aquéllas materias donde la ciencia callaba, parecía que la filosofía acabaría cayendo en los mismos vergonzosos debates dogmáticos del pasado o, simplemente, acertaría por casualidad y se atribuiría el mérito al pensador por su suerte e imaginación, no por su método. Ejemplos notables de ayer y de hoy son (con matices) la noción de átomo de Demócrito, las tesis sobre el movimiento de la tierra de Tales o el heliocentrismo de Aristarco de Samos. Al final se llegó a pensar que aquéllo que todavía era ocupación y materia filosófica lo era porque no había surgido (de momento) ciencia que la iluminara.

Sin embargo, con el paso del el tiempo, la imposibilidad de referirse con la precisión y la certeza que inspiraba la física a ciertas cuestiones de fuerte tradición filosófica desazonó a muchos. Esto hizo que en algunos casos se proclamara la vacuidad y la muerte de la filosofía. Sin embargo, las cuestiones que tradicionalmente nos acuciaban exigían tratamiento porque negarlas era imposible ( pues convivimos con ellas) y disolverlas era taparse los ojos sin medida, algo completamente antifilosófico. La condición humana, la condición moral de la criatura humana, cuestiones de filosofía política e incluso metafísica pura retornan sin descanso porque habitan en nosotros. La filosofía positivista quiso tratarlas como ciencia y al no poder reducirlas a unos pocos parámetros las declaro irresolubles, vacuas o sinsentidos. Sin embargo, cuando su propia antimetafísica era insostenible porque ellos mismos tropezaban con metafísica en sus afirmaciones, no pudieron sino admitir, poco a poco, que la vida no es tan “sencilla” como la física y que unos pocos comandos falsean, más que explican, el mundo circundante.

La historia del positivismo en su última fase es en buena medida la historia de la propia filosofía. La historia de la relación con las cosas a través de un mando a distancia. Así entendida la película, el mando a distancia sería a la tele lo que el marco filosófico sería al mundo, de tal modo que con unas pocas teclas en el mando y algunos mensajes en la tele se entiende el estado de cosas y cómo se debe operar para obtener el resultado deseado. Todas las preguntas quedan resueltas. Los inputs y outputs están perfectamente interelacionados y no hay ningún género de equívoco o imprevisto porque no hay ninguna variable fuera de control. No hay caos, ni imprevistos, ni fallas explicativas o predictivas. Si hay algún error, es tremendamente sencillo hacerlo comprensible y corregible porque el marco es sencillo y además, elegante. En esta relación, somos dioses.

Sin embargo, ni la ciencia de nuestros días opera como pretendían que operara el pensamiento y el conocimiento pensadores como Carnap o Hempel. Difícilmente se entienden los problemas con causalidades lineales y unas pocas ecuaciones y explicaciones teóricas. Ha llovido mucho desde los tiempos de sir Isaac Newton. Si esto es así, no hablemos pues del estatus de marcos teóricos cuyo contenido científico es parcial o inexistente. El saber científico y el filosófico operan con parámetros, comandos, marcos y métodos cerrados, sí, pero la idea de una idealización parece haber cuajado del todo : idealizar es crear un marco explicativo y descriptivo en el que el criterio de verdad depende siempre del modelo. Así, el modelo del mundo a partir de comandos y parámetros es posible y válido, pero en relación a sí mismo. Por ejemplo, la multiplicidad de relatos es un hecho a la hora de explicar un fenómeno como la luz en ciencia. Estos modelos explican ciertas partes del fenómeno sacrificando otras. Dan cuenta del fenómeno de la luz de manera parcial por necesidad, de modo que la luz es una cosa u otra y se comporta de distinta manera en función del modelo con el que se opere. Lo curioso es que esto esté tan aceptado en un ámbito donde en principio hay menos incertidumbre y más facilidad de control y análisis, mientras que la multiplicadad de relatos y modelos cuesta en filosofía, donde la pluralidad de relatos debería ser una virtud. En este punto empiezo a sospechar que la idea de operar con teorías del todo es más un intento de cerrar el pensamiento que de abrirlo. Después de todo, el mando a distancia es un controlador.

2 comentarios:

  1. Me encanta tu reflexión final, y cómo llegas a pensar tal cosa a través del razonamiento previo! Excelente entrada Javier!

    ResponderEliminar