miércoles, 8 de enero de 2014

Mamá, yo también quiero una bata blanca (1 de 2)

Flickr -Mary Margret-

Ser una persona "de izquierdas de verdad", un "auténtico artista" o tener una perfecta idea de "la realidad política", nos obsesiona. Sinceramente, creo que no sólo es una cuestión de identidad y verdad, sino también una cuestión de prestigio. Esto ocurre especialmente cuando hablamos de la "ciencia de verdad" frente a la pseudociencia, lo que trae importantes batallas dialécticas.

La llamada cuestión del criterio de demarcación mantuvo en pie de guerra a toda una generación de filósofos desde el periodo de entreguerras hasta el final del siglo XX: ¿Qué es ciencia y qué no lo es? ¿Cómo sabemos cuándo un saber ha cruzado ese umbral que lo encumbra al Olimpo del conocimiento?¿Cuándo se cruzan lineas rojas hacia la pseudocientificidad? Por entonces, la cuestión preocupaba por razones fundamentalmente epistemológicas. Se entendía que el hecho de que disciplinas como el psicoanálisis ocuparan un lugar en las facultades de ciencias, junto a los biólogos y los médicos era un importante error de concepción de lo que era la ciencia, que permitiría que disciplinas ajenas conquistaran su parcela en un lugar privilegiado del saber, anhelando prestigio y reconocimiento. Bajo este análisis, lo que se entiende por ciencia puede quedar gravemente lesionado si el criterio de demarcación es muy laxo, lo que supone una involución: la vuelta a la alquimia, a los barberos-dentistas, a la superchería y a la metafísica dogmática en cuestiones empíricas. Hoy día el problema tiene importantes implicaciones sociales y políticas añadidas, pues el criterio de cientificidad se considera decisivo en la concesión de fondos para la investigación y la educación.

Desde el primer momento, las precisiones sobre tal criterio enfrentaron posiciones logico-empiristas e historicistas en torno a la rigidez y la amplitud del cuello de botella que los saberes tenían que pasar para reclamar para si el título de ciencias.  Si la rigidez era máxima, resultaba que casi nada era ciencia. Todas las teorías pueden mostrar importantes errores de consistencia o de impermeabilidad a la refutación. Por otro lado, si el análisis pone el foco en la historia y la formación de las teorías consideradas científicas, la astronomía moderna y la física aristotélica pueden quedar al mismo nivel. Hagamos una síntesis de los dos polos en disputa:

A) Las teorías que se resisten a la refutación son no-científicas. K. Popper y su escuela se empeñaron en fijar el criterio en la resistencia que una teoría ejercía contra su falsación. Los conceptos y la propia estructura de las teorías pueden tender a evitar que los hechos que pretenden describir y predecir les lleven la contraria. De este modo, si nos encontramos con que los defensores de un modelo se ven obligados a reinterpretar las cosas para que encajen en su modelo teórico para que la realidad quede siempre salvada por la teoría (quedando a la vez salvada la teoría de cualquier evidencia en contra) tenemos razones para pensar que la teoría que se comporta así no es científica. Para validar una teoría lo que hay que hacer es enfrentarla a las predicciones más complejas que pueda hacer. Si las pasa, perfecto, la teoría acumula evidencia en su favor. Pero si ocurre que la evidencia puede refutarla pero no se resiste a ser falsada, interpretando los datos refutadores como evidencia a favor o neutral, podemos confiar en que esa teoría es científica. Cuando no ocurre esto y las teorías se ajustan y reajustan para ser siempre verdaderas, ocurra lo que ocurra, nos encontramos ante algo poco científico según Popper, ante arreglos (chapuzas) ad hoc.

B) Todas las teorías tienen fallas y se resisten a su refutación, intentando plegar la evidencia al marco de referencia. Los ajustes ad hoc son una práctica habitual. De lo contrario, en su misma concepción y presentación las teorías caerían ante todas las cuestiones no resueltas que suscitan. De hecho, es lo que parece que les va a ocurrir a las teorías nuevas que acaban derrumbando a las viejas. Al principio parecen un enorme disparate  y todo el mundo está en contra, pero con el tiempo se van consolidando, desbancando a la que había hasta que se oxidan y no pueden dar más de si, antes de ser sustituidas por otras más frescas, muy diferentes. Esto es así porque cada teoría maneja sus propios conceptos y referentes. Cada paradigma científico “hace el mundo” que describe, haciendo que una teoría sea intraducible a otra. El hecho de que se prefiera una teoría a otra para explicar un fenómeno realmente responde a otros criterios, muy diferentes de los tradicionales, como el criterio de utilidad o el de elegancia. Porque, ¿qué significa que una teoría describe “mejor” el mundo?

Los dos modos de ver esta cuestión arrojan diferentes maneras de concebir  tanto el criterio de demarcación como la ciencia misma. El primero suele ser la invocación favorita de las opciones más conservadoras, mientras que el segundo aboga por un criterio prácticamente inexistente que coloca en una situación embarazosa el concepto de progreso científico. La primera podría dejar fuera de juego cualquier idea consolidada en una serie de experimentos fallidos mientras que la segunda puede perfectamente dejar en igualdad de condiciones para diagnosticar y curar a un médico y a un homeópata. De hecho, los dos te dirán que sus prácticas se realizan acordes a sus particulares teorías y en la práctica, se puede observar que los dos son coherentes con sus marcos de referencia. La clave está en que ideas como "salud", "medicamento" o "enfermedad" son cosas diferentes para uno y para otro. 

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