domingo, 29 de julio de 2012

γνῶθι σαυτόν (II): la teoría clásica

"On", Javier Moreno

Solemos entender que el autoconocimiento requiere un autoescritinio, una especie de "mirar adentro" que de alguna manera difícil de desentrañar, es algo exclusivo del sujeto y su intimidad. Anteriormente hablábamos del fenómeno de la autoridad de la primera persona: el hecho, tremendamente enigmático, de ser uno mismo la mayor autoridad para hablar de sus sensaciones y sentimientos. El enigma estriba una cuestión que comentábamos en la anterior entrada. La pregunta era cómo es posible esa autoridad cuando a veces parece que otros pueden hablar con autoridad sobre nuestros sentimientos y emociones y, podríamos aventurar que al menos en un momento muy particular saben más de uno que nosotros mismos. Por ello, es precisamente la explicación de cómo es posible tal autoridad y cómo funciona esa autoridad para determinar que la autoridad de la primera persona es lo suficientemente fiable como para que la cuestión del autoconocimiento sea fundamentalmente una cuestión entre el sujeto y el mismo.

La teoría dominante y más extendida para entender y explicar la autoridad de la primera persona la denominaremos teoría clásica. En mayor o menor medida, es la teoría que domina tanto al nivel de la cultura general como en la filosofía, ha sido la que ha tenido mayor pervivencia en el tiempo. La formulación más específica se destiló a principios del siglo XX, de la mano de la filosofía analítica de B. Russell. La teoría clásica se basa en una intuición básica, que entiende que el sujeto sabe qué es lo que siente y lo que desea porque de alguna manera, uno puede "ver" dentro. El autoescrutinio es una suerte de detección mediante una especie de "ojo interno" que es capaz de "mirar" sentimientos, emociones y deseos. A esto D. Finkelstein lo llama "detectivismo" porque en cierto modo, uno detecta lo que siente y se comporta cual detective interno, detectando evidencias dentro de el. La teoría es enormemente intuitiva, elegante y diríase que fácil. En un ejemplo sencillo, se nos antoja como una teoría muy satisfactoria. Supongamos que ando en un restaurante con un amigo y llega el momento de pedir qué vamos a tomar. Cuando llega mi turno, soy yo la autoridad para saber qué es lo que deseo porque solo yo tengo acceso a mis deseos, al ser solo yo el que tiene el ojo interno capaz de ver en mi interior cual es la manera de aplacar mi hambre que más me apetece. Desde la posición de la teoría clásica, mi conciencia sería algo así como un recinto estanco en el que tendría una serie de bombillitas que representan distintos estados mentales y que sólo yo estaría en disposición de observar para saber como me encuentro, puesto que solo yo tengo acceso a ese recinto estanco. Averiguar que deseo un bistec con vino no seria más que observar dentro de mi y darme cuenta que son las bombillas de "bistec" y de "vino" las que se encuentran encendidas. Las bombillas se apagarían en el momento en el que la agitación interna que provocan esas sensaciones fueran saciadas. De hecho, el paradigma puede explicar por qué no me quedo saciado aduciendo que lo que ha ocurrido es que no conocía bien mis deseos, es decir, no me conocía bien, no he hecho una buena detección y lo que en realidad quería no era eso, sino otra cosa, que no he sido capaz de detectar. Ahora bien, el principal problema del paradigma estriba en la imagen que realiza de la conciencia, que es precisamente la base de su formulación. En esta concepción la conciencia es una especie de "caja" a la que solo yo tengo acceso y a la que tengo que "mirar", lo que no es sino una imagen cartesiana de la mente que tiene un problema muy importante: la fractura en dos de la conciencia (e incluso, ad infinitum). Descartes veía una especie de yo dentro cada uno, mirando en una pantalla las ideas que desde fuera se imprimían en un proyector.

La fractura de la conciencia que mencionamos, enunciada teóricamente, puede no ilustrar bien el problema, pero en un ejemplo es muy posible entenderla mejor, a la vez que afinamos algo más en la cuestión de la mente cartesiana. Resulta que tras muchas charlas con el, mi compañero en el restaurante (un gran psicoanalista), me dice que en realidad la noche que cenamos yo no quería un bistec, sino algún plato verde, como alcachofas, espárragos o pimientos. Me dice que inconscientemente albergo un sentimiento de culpa por el sufrimiento de los animales que reprimo, pero como da un aire de distinción combinar un buen bistec de ternera argentina con un buen vino, termino haciendo esto último, aunque inconscientemente no lo deseo. El problema no es que yo no haya sido capaz de detectar ese pensamiento insconsciente. Prueba de ello es que el detectivista me dirá que no he sido capaz de "ver"correctamente y que una vez atados todos los cabos yo soy capaz de entender que aquélla noche no detecté bien. Si lo hubiera hecho, es posible que ese deseo insconsciente quedara al descubierto. Pero el problema no se encuentra ahí. Esto sólo sirve para abrir el auténtico problema de esta posición, a saber: la forma de relacionarme conmigo mismo. Mi amigo me puede decir que albergo ese sentimiento y que yo no quería comer carne. Ahora bien, la clave de esto es que saber eso solo me hace consciente de ese sentimiento. Yo solo sé que de manera insconsciente yo no deseo comer carne ¿pero acaba todo con esto? Desde un punto de vista superficial, sí: yo no sabía que no quería el bistec porque no me escruté correctamente ¿Pero realmente la relación con uno mismo es así de distante y fría? La noción de inconsciente hace más difícil la teoría clásica, pero el problema aparece porque hay otra manera de relacionarse con los deseos inconscientes, que nos aparece cuando decimos que en vez de ser consciente de ese deseo (al ser descubierto por mi amigo, o por mi mismo en las profundidades de mi inconsciente), decimos que conscientemente tengo ese deseo. La diferencia no es trivial. La primera (consciente de) que tiene que ver con el saber, y la segunda manera (conscientemente) con el vivir. La primera es fría, distante y creo que necesaria para la segunda, pero la segunda es la fundamental en la crítica.. Es posible que la teoría clásica se atribuya todavía el mérito de ser capaz de decir que explica la autoridad de la primera persona, pero lo hace de una manera muy precaria porque la noción de "detección" está epistemológicamente muy cargada. La idea de un ojo interno le hace anclarse en que lo único que puede hacer el sujeto es "ver" que es consciente de o incosciente de p, lo que hace que la relación con nosotros mismos sea distante, carente de intimidad. Nuestros sentimientos no sólo se ven y se detectan, sino que también se viven y están en relación dialógica con nosotros. ¿Realmente las luces que contemplo forman parte de mí o son un yo dentro de otro yo? ¿Realmente es posible para un sujeto sano un desdoblamiento constante de esta naturaleza? 

La teoría clásica es un producto del sentido común, muy intuitiva y con un fuerte componente cartesiano. Esta herencia permite soluciones elegantes, pero que riñen con fuerza con la imagen que se forma cuando realmente estamos pensando en la vida y el lenguaje. La filosofía de la mente a partir del segundo Wittgenstenstein pretende lidiar con el fenómeno de la primera persona intentando eliminar la noción de detección, con teorías alternativas que se centran fundamentalmente en la cuestión del significado.

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